30/09/2024

Mundo

No existió, pero cambió el mundo

Cristóbal Colón no descubrió América

Por
Pedro Solans

La llegada de Cristóbal Colon a tierras americanas tuvo como antecedente un hecho que no ocurrió de la manera en que se difundió.

La falsa noticia que cambió el mundo fue el supuesto descubrimiento de América por parte del almirante Cristóbal Colón en 1492.

Desde el año 1000 varios pueblos llegaron a tierras ignotas y mantuvieron comunicación con las poblaciones que se quedaron en esas partes del planeta. Algunos marinos de esos pueblos acercaron sus mapas al Vaticano en unas negociaciones esotéricas en 1180.

Por esos años, y para el asombro de los negociadores de Roma, en la oficina de un cambista de Amberes se encontró el mapa más antiguo de la Patagonia con la Antártida incluida. El cambista lo había adquirido para su mujer, que era muy religiosa y había prometido donar a la iglesia un lugar para que utilizara Dios cada vez que lo necesitase.

En la esposa del banquero se disputaban dos intereses, dos inclinaciones: por un lado, estaban los asuntos del dinero con el cual su esposo había adquirido el mapa de las tierras que quería para Dios y, por el otro, su biblioteca de libros religiosos con los cuales se acercaba a la santidad.

La mujer resolvía ese antagonismo dándole su lugar a cada uno. En la oficina de cambios de divisas, la supremacía la tenían las monedas; en el dormitorio de su casa, mandaban los libros, las imágenes de los santos y las oraciones.

El poderoso banquero olvidado

El cambista transformado en un poderoso banquero de Amberes -por las operaciones financieras que empezó a realizar-, se ganó la confianza de los caballeros responsables de las finanzas de Los Templarios a raíz de la religiosidad y la donación de su esposa.

En 1491, cuando estudió la propuesta de la travesía marítima de Cristóbal Colón, sabía que no lo podría financiar con capitales de los caballeros. Debía disponer de una ingeniería financiera que involucrase a todos los sectores necesarios para que el negocio prosperase.

Aquel cambista, que contaba sus monedas mientras su esposa leía en su modesta oficina, logró articular un entramado, después de meses de estudios y consultas. Solo le faltaba conseguir el brazo operador del Vaticano, y para ese trabajo empleó al mismísimo almirante. Él debía seducir a los Reyes Católicos para que se embanderasen con la aventura, mientras Amberes ponía en conocimiento y sellaba el acuerdo comercial con las oficinas alrededor de la plaza de San Pedro.

A Colón le costó seducir a los consejeros de los reyes y a los expertos de la Junta formada en Salamanca. Se mostraron hostiles frente a un proyecto que parecía, ingenuamente, contradecir las Sagradas Escrituras.

Pero la reconquista de Granada cambió los ánimos y los criterios, y los reyes, que nunca se negaron rotundamente al planteo de Colón porque ya conocían el beneplácito del Papa y los detalles del negocio, esperaron la oportunidad para apoyar al almirante desconocido, ese que aventuraba una empresa, basado en conocimientos no aceptados, o al menos no religiosos, como eran los cálculos geográficos.

Las acciones de seducción que aplicó Colón ante los reyes no cesaron e, incluso, quiso tomar las armas a favor de la Corona. Para su asombro, los reyes lo recibieron en Santa Fe antes de lanzar el asalto a Granada. De todos modos, y pese a lo agradable que fue la reunión, no le garantizaron el apoyo al viaje.

Colón, desahuciado, se marchó al monasterio de la Rábida, en Huelva, donde estaba su amigo Juan Pérez, un fray muy influyente, con contactos en Roma y de muy buenas relaciones con los templarios. Había sido confesor de la reina Isabel y confió en que podía ayudar a su amigo.

La reina lo recibió y su intermediación fue clave para que volvieran a citar al marino, que obtuvo otra audiencia en Santa Fe, justo después de la rendición de Granada.

Colón hizo varias promesas: llevar ayuda a los cristianos en cada región de tierra que pisara, trabajar por la conversión de los infieles y, además, utilizar los beneficios económicos de la expedición para financiar una cruzada que liberara Jerusalén de los musulmanes.

Los Reyes Católicos, con una sonrisa en sus labios, se dejaron convencer y aceptaron las desorbitadas exigencias del marino, que quedaron plasmadas en las Capitulaciones de Santa Fe, suscritas el 17 de abril de 1492.

Los reyes estaban al tanto de lo que realmente significaba económicamente el viaje y la apuesta de las casas de Amberes. En todo caso, si los resultados de la empresa eran positivos, recibirían un porcentaje de las ganancias sin ningún riesgo. Por otra parte, lo correspondiente a Colón no les iba a resultar gravoso económicamente, pues el presupuesto, de unos dos millones de maravedíes, quedaba cubierto por el préstamo realizado por el banquero amberino.

El aprendizaje

Cristóbal Colón se casó con la portuguesa Felipa Moniz, hija del conquistador de Porto Santo, y logró una posición más que privilegiada para comprender los daños medioambientales que traería su aventura conquistadora.

Por el esclavo africano Pike Pike, que se había encariñado con la familia de Felipa, Colón supo que, en algún lugar entre las Islas Canarias y el lugar a donde él quería ir, existía un árbol prodigioso que tenía el poder de atraer las nubes y condensar la lluvia.

La influencia de un jefe taíno

Cristóbal Colón fue un gran estudioso de los cambios climáticos. Durante un viaje, su flota navegaba entre Cuba y Jamaica bajo una lluvia torrencial. El agua inundó las bodegas y echó a perder las provisiones.

La tripulación debió ser auxiliada por los aborígenes. Fue entonces cuando Colón tomó contacto con un cacique del pueblo taíno, quien lo llevó a prestar atención y a reflexionar sobre la aparición diaria, en la zona de los grandes árboles, de una nube cargada que provocaba lluvias torrenciales de breve duración. Colón relacionó este fenómeno con lo que había vivido en la isla de Madeira y en las Azores, cuando colaboraba en la explotación de la caña de azúcar.

El almirante siguió en buenas relaciones con el jefe taíno y profundizó su observación acerca de los cambios climáticos de origen humano.

Personas esclavizadas

Los aborígenes creyeron que la llegada de Colón era parte del intercambio que mantenían con los celtas, con los africanos, con los fenicios, con los templarios, con los vikingos, con los irlandeses, con los nobles galeses y escoceses y con los comerciantes chinos, y que la llegada de las carabelas era otro signo de la providencia de los cielos, interpretado por cada etnia a su manera. Así fue el primer arribo.

Reinaron el asombro, la sorpresa y la cordialidad.

Ocho meses después de la partida desde Palos de la Frontera, en Huelva, llegó a la corte castellana la noticia del retorno de Colón. La carta enviada a los Reyes Católicos anunciaba su sensacional gesta. El éxito del viaje consagró a Colón en la Corte Real como experto navegante y cartógrafo.

Pero su gestión como gobernador de las tierras empezó a tener problemas con el pago a Amberes por el préstamo y sus intereses exigía otra política y eso cambió la relación con los pueblos originarios. Llegaron las primeras quejas de los colonos españoles, que se sentían discriminados o maltratados por el gobernante y sus colaboradores.

Al regresar de su segundo viaje, Colón tuvo que pedir disculpas lo mejor que pudo y encaró su tercer viaje, que sería el fin de su hazaña. Enfrentó una rebelión abierta de una parte de los colonos españoles, y los pueblos originarios se convencieron, al fin, de que era una invasión y empezaron a repelerla.

A partir de su segundo viaje, Colón concibió el plan de capturar a los indios y venderlos como esclavos de guerra en Europa.

En 1495 envió un primer contingente de 500 personas esclavizadas para que un socio suyo los vendiera en Andalucía, y en 1498 hizo zarpar cinco navíos más, todos repletos.

El agrado de Dios

Con las riquezas del Nuevo Mundo llegaron los conocimientos de fenómenos que se producían en las aguas y en los cielos.

Los conquistadores habían sido preparados para las contingencias en pleno desarrollo y lo que vivían era atribuido a la aprobación divina de sus invasiones.

El descenso brusco de la temperatura, las fuertes tormentas tropicales, el avance de la selva sobre los pozos y las antiguas tierras cultivadas por los originarios, eran interpretados como signos de la santificación de las nuevas apropiaciones para el reino, y dejaban en claro que Dios y la naturaleza habían abandonado a los pueblos indígenas, por infieles, y los despojaban de sus dominios.

La providencia estaba a favor del reino mundial de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, nacido en Gante, Condado de Flandes.

Fernando Fernández de Núñez, un importante administrador español en las Américas, afincado en la isla que actualmente es Trinidad y Tobago, veneraba a Dios por la mejoría del clima en aquellos años.

Escribió: "Estas tierras desde que son habitadas por los cristianos han cambiado mucho y para mejor. Hace menos calor y llueve un poco menos. De noche se puede descansar".

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