13/05/2025
Por Alejandro Olmos
Manuela, la inseparable compañera de José "Pepe" Mujica, no fue solo una mascota; fue un símbolo viviente de la filosofía de vida del expresidente uruguayo. Con su andar sereno y su lealtad inquebrantable, esta perra mestiza de tres patas se convirtió en un emblema de la sencillez y la autenticidad que caracterizaron a Mujica durante y después de su mandato presidencial.
Manuela se convirtió en una figura familiar para muchos uruguayos y observadores internacionales.
Orígenes
humildes y un accidente que marcó su vida
Manuela nació en Paysandú, Uruguay, en una quinta propiedad de la hermana de Lucía Topolansky, esposa de Mujica. Era hija de Dunga, una perra de la familia, y desde temprana edad mostró una personalidad vivaz y afectuosa. Su vida dio un giro cuando, siendo aún joven, sufrió un accidente con un tractor conducido por Mujica en su chacra de Rincón del Cerro. Mientras jugaba y corría, Manuela se metió debajo del vehículo y, a pesar de los esfuerzos de Mujica por detenerse, una de sus patas quedó gravemente herida. Posteriormente, una pelea con otro perro agravó la lesión, lo que llevó a la amputación de la extremidad. Este incidente no disminuyó su espíritu; al contrario, su resiliencia la hizo aún más querida por quienes la conocieron.
Una
presencia constante en la vida pública
Durante la presidencia de Mujica (2010-2015), Manuela se convirtió en una figura familiar para muchos uruguayos y observadores internacionales. Aparecía frecuentemente en entrevistas realizadas en la chacra presidencial, caminando libremente entre los periodistas o descansando cerca de su dueño. Su presencia aportaba una nota de calidez y humanidad a la imagen del presidente, reforzando su reputación de líder cercano y austero.
Manuela tenía un vínculo especial con Mujica, siguiéndolo a todas partes y mostrando una notable inteligencia y sensibilidad
Relación
especial con Mujica y Topolansky
Manuela no solo era una mascota; era parte integral de la familia Mujica-Topolansky. Lucía Topolansky relató en entrevistas cómo Manuela tenía un vínculo especial con Mujica, siguiéndolo a todas partes y mostrando una notable inteligencia y sensibilidad. "Le gusta estar a su lado, tiene pegote con Pepe", comentó Topolansky en una ocasión. Además, Manuela tenía ciertas manías: no comía del suelo y prefería que le dieran la comida en la boca, lo que la familia aceptaba con cariño.
Despedida
y legado
Manuela falleció en junio de 2018 a la edad de 22 años, una longevidad notable para un perro. Su muerte afectó profundamente a Mujica, quien la describió como "la integrante más fiel" de su gobierno. Decidió enterrarla en su chacra, bajo una secuoya, y expresó su deseo de que, al morir, sus cenizas fueran colocadas junto a las de Manuela. "Cuanto más conozco a los humanos, más adoro a los perros", afirmó Mujica, reflejando el profundo amor y respeto que sentía por su compañera.
Un
símbolo de valores perdurables
La
historia de Manuela trasciende la anécdota personal para convertirse en un
símbolo de los valores que Mujica promovió durante su vida pública: humildad,
autenticidad y conexión con lo esencial. Su imagen, caminando junto a Mujica o
descansando en la chacra, permanece en la memoria colectiva como un
recordatorio de que la grandeza puede residir en la sencillez y la fidelidad.
Manuela
no solo acompañó a un presidente; acompañó a un hombre que eligió vivir
conforme a sus principios, y en ese camino, se convirtió en parte inseparable
de su legado.
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