14/05/2025

Emprendedores

De Roma a Mendoza: se conocieron en un hostel y 20 años después abrieron su propia bodega

En 2003, Marina, una joven argentina que había terminado sus estudios en psicología, decidió tomarse un descanso y recorrer Europa. Roma fue una de sus primeras paradas. Allí, en un hostel como tantos otros, se cruzó con Manuel, un español que también viajaba en busca de inspiración.

Ninguno imaginaba que ese encuentro casual cambiaría por completo el rumbo de sus vidas.

Compartieron charlas, caminatas, vinos italianos... y muchas ganas de seguir conociéndose. Pero como en toda historia de viaje, sus caminos eventualmente se separaron. Volvieron a sus países y, por un tiempo, la historia pareció terminar ahí. Sin embargo, el destino tenía otros planes.

Un reencuentro, una apuesta

Años más tarde, gracias a las redes sociales y a la inercia del corazón, retomaron contacto. La chispa seguía encendida y esta vez no la dejaron escapar. Marina se fue a vivir a España por un tiempo. Manuel, en uno de los giros que da la vida, renunció a su trabajo y se vino a la Argentina.

En Mendoza, encontraron no solo un lugar para vivir, sino un paisaje, una energía y una cultura que los enamoró. Y entre charlas, copas y sueños compartidos, nació la idea: ¿y si abrimos nuestra propia bodega?


Del amor al vino

Así nació la bodega Amanecer Andino, un emprendimiento boutique con espíritu artesanal, corazón viajero y mucho romanticismo.

No vinieron de familias bodegueras ni heredaron tierras. Empezaron desde cero, con un pequeño terreno en Luján de Cuyo, asesorándose con enólogos, estudiando el terroir, aprendiendo sobre uvas, fermentación, barricas, etiquetas... y, sobre todo, sobre paciencia.

Hoy producen vinos de edición limitada, con uvas Malbec, Cabernet Franc y algo de Syrah, todos de alta gama. La idea nunca fue competir en cantidad, sino apostar a la calidad, a lo único, a lo hecho con las manos... y con historia.

Más que vino, una experiencia

La bodega no solo elabora vinos. También recibe visitas de turistas que buscan experiencias íntimas, lejos del circuito masivo. Cuentan su historia, ofrecen degustaciones, picadas caseras y paseos por la finca. Cada rincón tiene su toque personal.

Además, incorporaron un espacio de arte donde artistas mendocinos y viajeros exponen sus obras. Porque para Marina y Manuel, el vino también es cultura, es emoción, es conexión.


Un mensaje que inspira

Hoy, más de 20 años después de aquel encuentro en un hostel romano, siguen juntos, construyendo su sueño en Mendoza. Con esfuerzo, con amor y con vino.

Su historia es una de esas que invitan a soñar en grande, a seguir los impulsos del corazón y a confiar en los encuentros inesperados. Porque a veces, lo que empieza como una conversación en un hostel puede terminar en una vida entera entre viñedos.

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