La última semana volvió a encender todas las alarmas en el sistema financiero argentino. El periodista Alejandro Bercovich reveló cómo el Gobierno decidió avanzar con medidas de emergencia que, para los operadores de mesa de dinero de los bancos, se asemejan a un “corralito encubierto”. El detonante fue una licitación de deuda en la que el Ejecutivo no consiguió renovar más del 60 % del monto que vencía. Ante ese fracaso, la respuesta fue clara: desde el lunes, los bancos estarán obligados a absorber esos bonos que no quisieron comprar, bajo la amenaza de penalidades y mayores restricciones. Para el mercado, esto equivale a poner un cerrojo a la liquidez y cercar a los bancos para que no tengan margen de dolarización. La frase se repitió en las conversaciones privadas y en los Zooms con funcionarios: “nos ponen un corralito el lunes para que no podamos ir al dólar”.

Bercovich señala que se trata de manotazos desesperados de un equipo económico sin plan ni reservas. El Gobierno subió la tasa al 70 % en un intento por frenar la presión cambiaria y evitar la fuga hacia el dólar, pero al mismo tiempo genera una bola de nieve insostenible de deuda en pesos. El combo es explosivo: alta tasa, bonos forzados y un mercado de dólar futuro donde el Banco Central se juega miles de millones en apuestas a un precio que nadie cree. Según los datos difundidos, se venden contratos de dólar a fin de diciembre a 1.502 pesos, con una posición acumulada de casi 1.300 millones de dólares. Los banqueros advierten que es ilusorio pensar que a fin de año el dólar estará en ese nivel, cuando ya hoy amenaza con superar los 1.400. El resultado es una pérdida ya consolidada de más de 500.000 millones de pesos en el mercado de futuros, que se suma a la desconfianza creciente de los inversores.

La Bolsa acompañó el temblor: cayó más del 4 % en un solo día, el peor desplome en cuatro meses, con acciones de empresas argentinas en Nueva York que se hundieron hasta un 10 %. Para Bercovich, todo esto refleja un Gobierno que contradice su propio discurso. Mientras los funcionarios insistían en que el dólar no es determinante para la formación de precios, ahora emiten y absorben pesos a un ritmo frenético para intentar frenarlo, una estrategia que desnuda improvisación y falta de rumbo. “Así no se gobierna, así se sobrevive”, lanzó el periodista en su análisis.

La percepción de “corralito” surge porque el mecanismo aplicado limita severamente el margen de los bancos para decidir qué hacer con sus fondos. Al imponerles bonos rechazados y condicionar su liquidez, se los encierra en un esquema en el que solo queda financiar al Estado. El recuerdo del 2001 sobrevuela, aunque la situación técnica es distinta: no hay un congelamiento de depósitos minoristas, sino un cerco financiero a las entidades para evitar que se dolaricen. Sin embargo, la sensación es la misma: el sistema bancario queda atrapado en medidas que no elige, bajo un marco que deteriora aún más la confianza.

Bercovich resume el panorama como un cóctel de parches peligrosos: una deuda creciente en pesos, tasas altísimas que secan la economía real, bonos forzados que violan la lógica de mercado y una apuesta suicida al dólar futuro que ya acumula pérdidas. La combinación no augura calma, sino mayor volatilidad y riesgo de crisis. Para los operadores, es solo cuestión de tiempo antes de que la presión cambiaria vuelva a golpear con más fuerza y ponga en evidencia la fragilidad de este esquema. Mientras tanto, la incertidumbre reina en los bancos, en la Bolsa y en los propios despachos oficiales. Nadie cree en la flotación administrada que prometen mantener hasta fin de año. Todos esperan el estallido de un modelo que ya muestra signos de agotamiento.