12/05/2025
Es crucial reconocer que detrás de cada estadística hay una persona con sueños, aspiraciones y un pasado que a menudo incluye circunstancias fuera de su control. Sin idealizar ni romantizar al indigente, simplemente haciendo visible lo invisible, deteniendo el flujo cotidiano ante una realidad imposible de negar y una experiencia desgarradora, que para muchos ha dejado de existir, ocultada por el simple acto de girar la cabeza.
En el túnel del tren, una pareja se aferra a un abrazo cálido. Descansan sobre un colchón de cal y cemento, apenas improvisado con sus camperas rotas. Las paredes, de un blanco desgastado, están cubiertas de mensajes y corazones dibujados. Una luz amarillenta baña la escena.
Entre los
grafismos, se destaca una pintura de Manuel Belgrano, con una mirada firme, con
la estampa de los próceres pintados con acuarelas, con su mensaje profundo:
'La vida es nada si la libertad se pierde'. ¿Es posible hablar de una
verdadera libertad cuando se carece del derecho mas humano a un hogar propio?
Un hogar no es solo un refugio físico; es el espacio donde construimos nuestra
identidad, compartimos momentos con quienes amamos y nos sentimos seguros. Sin
ese derecho básico, la idea de libertad se vuelve incompleta, casi ilusoria.
Dejemos que el sentido común responda a esta pregunta.
Un grupo de personas se agrupa en la entrada de un hospital
público, buscando un refugio. En una casa de comidas, dos pibes 'Tienen
alta lija y buscan algo para comer'. Muchas de estas escenas, que a menudo
pasan desapercibidas en la cotidianidad, adquiere relevancia sólo cuando los
medios de comunicación informan sobre la muerte de un desconocido. Para muchos,
se convierten en meras cifras o estadísticas, mientras intentan sobrellevar la
noche entre mates, promesas y sobras.
Los datos del INDEC son alarmantes. En el primer semestre de
2024, el 52,9% de la población vivía por debajo de la línea de pobreza, y el
18,1% se encontraba en situación de indigencia. Esta cifra de pobreza
representa un aumento de 12,8 puntos porcentuales en comparación con el mismo
período de 2023, cuando era del 40,1%. Además, la indigencia casi se duplicó en
un año, pasando del 9,3% en el primer semestre de 2023 al 18,1% en los primeros
seis meses de 2024. Si se extrapolan los datos de la Encuesta Permanente de
Hogares (EPH) a nivel nacional, casi 25 millones de personas viven en la pobreza
(6 millones más que en el segundo semestre de 2024), de las cuales 8,5 millones
son indigentes.
'Las personas no son basura, no son descartables. No
son algo que tenemos que 'limpiar'', escribió María Migliore, exministra
de Desarrollo Social durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta. 'Una
persona en situación de calle es alguien que además de estar en situación de
pobreza perdió toda vinculación familiar, social, que está atravesando una
situación de mucho dolor. Entonces, no podemos hablar y mostrarlas como si
fueran un objeto a mover para limpiar un lugar. Eso no ayuda a cambiar su
situación. El enfoque es otro, uno que no deshumanice'.
El filósofo y escritor Eduardo Galeano, en su poema, retrata con precisión a 'los nadie', aquellos que, debido a su condición económica o étnica, quedan relegados a los rincones más oscuros de la sociedad: callejones olvidados, pueblos abandonados, estaciones o asentamientos marginales. 'Son los hijos de nadie, los dueños de nada. No tienen rostro, solo brazos; no tienen nombre, solo un número. No aparecen en la historia universal, sino en las páginas de la crónica roja de la prensa local'.
Jorge Acosta, sociólogo y docente, expresó en una
conferencia sobre derechos universales que: 'Existen aquellos que son sistemáticamente
explotados y excluidos por un régimen opresivo, aquellos que la sociedad
desprecia y olvida debido a nuestra creciente indiferencia y carencia de
solidaridad' y en el mismo sentido agregó: 'Un sistema educativo que
se limita únicamente a otorgar calificaciones está repleto de esos 'nadies'. Y,
contrariamente a lo que se espera de una revolución o un Estado, en lugar de
empoderarlos y transformarlos en sujetos de derecho, los reduce progresivamente
a la invisibilidad, a la condición de 'nadies'. El silencio cómplice del poder
es el resultado de nuestros ojos cerrados, de nuestra negativa a verlos. Solo
un cambio radical en nuestra mirada colectiva puede devolverles la humanidad y
la dignidad, convirtiéndolos en alguien'.
La cuestión de lo imaginario sobre las personas en situación
de calle surge de un corpus sostenido por los diferentes discursos sociales,
mediáticos, institucionales y profesionales que les asignan una identidad que
los estigmatiza. En muchos casos, estos individuos, son considerados
'nadies', vinculados con la peligrosidad, la pobreza y la
delincuencia. Los discursos oficiales fragmentan su problemática, tratándolos
como casos de salud, vivienda o drogadicción, sin reconocer su rol como
víctimas de la inseguridad social.
Desde el plano simbólico, la situación de calle construye
una identidad estigmatizada, profundamente asociada a la marginalidad y el
rechazo. La calle, concebida como un 'no lugar', se convierte en un
espacio de desprotección, riesgo e inseguridad. Vivir en la calle implica una
socialización forjada en la intemperie, donde las normas y valores se
estructuran a partir de experiencias de pura supervivencia, lejos de los
códigos establecidos por una comunidad dominante.
El uso de drogas, como pegamento y pasta base, se convierten
en una forma de distanciamiento del presente del 'aquí y el ahora' y
una manera de pertenecer a un grupo. La adicción no solo refleja su
disconformidad con el entorno, sino que también configura su identidad, ya que
el consumo de sustancias, en muchos casos, les permite experimentar sensaciones
de placer y ser parte de una sociedad que define la identidad a partir del
consumo. Esta misma sociedad, sin embargo, los vuelve invisibles, perpetuando
un sistema de exclusión y olvido que ella misma ha generado, algo así como la
serpiente de uróboro.
La invisibilidad de quienes viven en la calle no es una
simple omisión, sino una construcción social que se alimenta de prejuicios y
estructuras de poder. Mientras sigamos viendo a estas personas como números,
como estadísticas, como una carga para la sociedad, continuaremos perpetuando
su dolor y su marginación. La verdadera libertad comienza cuando, como
sociedad, decidimos mirar más allá de lo visible, cuando elegimos reconocer a
cada ser humano detrás de la etiqueta de 'pobre' o
'indigente'. Solo entonces podremos empezar a construir un futuro con
oportunidades, sin excepciones, sin excusas de bolsillo, sin promesas de
campaña, sin espejitos de colores.
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