30/04/2025
Durante el ingreso al debate de candidatos legislativos en CABA, el asesor presidencial Santiago Caputo protagonizó un grave episodio al confrontar a un reportero gráfico. Le tapó la cámara, le tomó una foto a su credencial y dejó abiertas serias dudas sobre su actitud frente a la libertad de prensa.
El martes por la noche, mientras los candidatos a la Legislatura porteña ingresaban al esperado debate preelectoral, ocurrió un hecho tan breve como inquietante que no pasó desapercibido entre quienes defienden el derecho a informar. El protagonista fue Santiago Caputo, principal asesor político del presidente Javier Milei, que protagonizó un episodio de clara intimidación contra un fotógrafo de prensa.
Caputo sacó su celular y le tomó una fotografía a la credencial de prensa del fotógrafo.
Todo comenzó cuando el reportero gráfico Antonio Becerra, cumpliendo su labor profesional, levantó su cámara para registrar la llegada del asesor al evento. Caputo, molesto, respondió primero con un gesto físico: le tapó el lente con la mano. Sin dejarse amedrentar, Becerra continuó haciendo su trabajo. Entonces, Caputo sacó su celular y le tomó una fotografía a la credencial de prensa del fotógrafo, en una escena que fue registrada en video y en varias imágenes que rápidamente comenzaron a circular.
Hecho tan breve como inquietante que no pasó desapercibido entre quienes defienden el derecho a informar.
Una
de las fotos, tomada desde otro ángulo por el periodista Pedro Lacour de
ElDiario.ar, muestra claramente el momento en que Caputo enfoca con su celular
directamente hacia el pecho del reportero gráfico para capturar sus datos
personales. ¿Qué pretendía hacer con esa información? ¿Por qué reaccionar de
ese modo en un espacio público al que asistía en calidad de funcionario?
La
pregunta no es menor. En un país con una historia marcada por la violencia
hacia el periodismo, la escena revive fantasmas que nunca se fueron del todo.
Basta mencionar el caso de José Luis Cabezas, asesinado en 1997 tras revelar
con una foto el rostro del empresario Alfredo Yabrán, para entender el peso
simbólico y político que tiene un acto como el de Caputo. En ese mismo país,
hoy el fotógrafo Pablo Grillo permanece hospitalizado tras recibir un disparo
de gas lacrimógeno que le fracturó el cráneo, durante una cobertura en Plaza
Congreso.
En
ese contexto, la decisión de Becerra de no bajar la cámara no solo fue
profesional: fue valiente. Sostener el lente frente al poder, aun cuando este
busca intimidar, es una acción profundamente democrática. Es la reafirmación de
un derecho: el de mirar, registrar y mostrar.
Lo que parece ignorar Santiago Caputo -y tantos otros que ocupan espacios de poder- es una lección simple y contundente que dejó la historia del fotoperiodismo argentino: cuanto más se intenta ocultar un rostro, más cámaras lo enfocan. La censura no frena al periodismo; al contrario, lo activa.
Santiago Caputo, principal asesor político del presidente Javier Milei.
Este
hecho ya despertó la atención de sectores del ámbito periodístico, y se espera
una respuesta institucional de organizaciones como ADEPA (Asociación de
Entidades Periodísticas Argentinas), que históricamente han sido firmes en su
condena a cualquier intento de intimidación contra trabajadores y trabajadoras
de prensa. Lo ocurrido con Becerra no es un exceso aislado ni un gesto sin
consecuencias. Es una alerta.
¿Qué mensaje se intenta enviar al fotografiar la credencial de un reportero gráfico? ¿Se trata de una forma de marcar, de identificar, de amedrentar? ¿Qué uso se les dará a esos datos? En tiempos donde la violencia simbólica se multiplica en redes y discursos oficiales, es vital que estos actos no queden naturalizados.
Cuanto más se intenta ocultar un rostro, más cámaras lo enfocan.
La
secuencia entera de los hechos, que ya circula en redes, permite reconstruir
claramente el episodio: Caputo llega al debate, ve la cámara, intenta taparla,
no lo logra, y decide entonces tomar una foto a la identificación del
fotógrafo. Todo esto, en un evento público, en el marco de un proceso
democrático, frente a otros periodistas.
El
escándalo no es solo el gesto, sino lo que representa. El intento de
disciplinar con la mirada. De poner límites a lo que se puede o no retratar. De
marcar con nombre y apellido a quien se atreve a enfocar al poder.
Y lo más preocupante: este episodio no fue repudiado públicamente por ningún funcionario del Gobierno hasta el momento. Ni voceros, ni ministros, ni el propio Caputo dieron explicaciones. El silencio institucional agrava aún más el hecho.
La secuencia entera de los hechos, que ya circula en redes, permite reconstruir claramente el episodio.
En
medio de un clima donde se multiplica la estigmatización hacia medios,
periodistas y trabajadores de prensa, este tipo de actos debe ser visibilizado,
denunciado y puesto en debate público. Porque cuando los gestos del poder
buscan silenciar, lo único que puede frenar ese avance es la defensa activa de
la libertad de prensa.
La
escena en la que Caputo intenta borrar el lente ajeno con la palma de su mano
es una metáfora exacta de lo que está en juego: quién tiene derecho a mirar y a
mostrar lo que el poder prefiere mantener oculto.
Y como demuestra la historia del periodismo argentino, cada intento de censura encuentra su respuesta: más cámaras, más fotos, más.
Fue una escena que fue registrada en video y en varias imágenes que rápidamente comenzaron a circular.
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