13/05/2025
Por
Alejandro Olmos
Por Alejandro Olmos
Hoy
no se fue un político más. Hoy murió Pepe Mujica, y con él, una forma de hacer
política que parece extinguirse en este siglo de pantallas, egos y fortunas mal
habidas. Se apagó su cuerpo, pero su mensaje sigue resonando: "el poder no
cambia a las personas, solo revela quiénes son". Y Mujica, aún con el máximo
poder en sus manos, eligió seguir siendo ese hombre sencillo, testarudo y
coherente que jamás se dejó seducir por las luces del poder.
Nacido
en Montevideo en 1935, fue guerrillero, prisionero, sobreviviente de la tortura
y del encierro en condiciones infrahumanas durante la dictadura uruguaya. Casi
13 años en prisión, muchos de ellos en aislamiento absoluto. Salió, no para
vengarse, sino para transformar. Con el Frente Amplio, llegó a la presidencia
en 2010, pero jamás se sacó los pies del barro. Gobernó desde la chacra, no
desde la torre de marfil.
Mujica
no solo vivió con humildad. La practicó como una forma de resistencia, como un
grito ante la obscenidad de una clase política que vive como millonarios
mientras habla de pobreza. Rechazó la residencia presidencial, donó el 90% de
su salario, y vivió con su compañera, Lucía, entre perros, plantas y flores. No
era un acto de marketing: era su vida.
Su
legado va más allá de las leyes de marihuana, del aborto legal, del matrimonio
igualitario. Va más allá de la política. Mujica fue un recordatorio de que se
puede hacer política sin corromperse, sin perder el alma. Su mensaje era claro:
lo importante no es acumular cosas, sino vivir con sentido.
Amaba la tierra, defendía a los pueblos originarios, hablaba del agua, del viento, del tiempo, como lo hacían nuestros ancestros. Advertía sobre el modelo depredador que arrasa con la naturaleza, y denunciaba que los seres humanos estamos perdiendo lo más valioso: la capacidad de vivir con lo justo.
El mundo recordará a Pepe Mujica no por haber sido presidente, sino por haber elegido ser persona, ante todo.
Mujica
tuvo sombras, como todos. Nadie que haya empuñado las armas y el poder sale
ileso. Pero fue de los pocos que nunca dejó de preguntarse por el costo humano
de cada decisión. Nunca se escondió detrás de un relato de héroe. Fue humano. Y
eso lo hizo enorme.
Hoy
se nos fue un líder real. No una caricatura, no un producto de marketing, no
una figura de cartón. Se fue un sudamericano que abrazó sus ideales con el
cuerpo, con el alma y con la vida entera. Un hombre que nos mostró que vivir
con poco no es una tragedia, sino una elección.
El
mundo recordará a Pepe Mujica no por haber sido presidente, sino por haber
elegido ser persona, ante todo. Y ojalá esa memoria nos incomode, nos inspire y
nos despierte.
Porque lo sencillo, como él demostró, puede ser lo más revolucionario de todo.
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