19/05/2025
Si alguna vez sentiste que a tu receta le faltaba 'algo', tal vez lo que estabas buscando era una ramita de romero fresco. Esta planta, originaria del Mediterráneo y hoy presente en las cocinas porteñas más inquietas, es una verdadera joya aromática. Su sabor fresco, levemente amargo y su perfume herbal la vuelven ideal para carnes, panes, sopas, papas al horno y hasta aceites infusionados.
En Buenos Aires, muchos restaurantes ya lo incluyen en sus propuestas de autor: desde el pollo al horno con papines y romero fresco de bodegones gourmet, hasta focaccias artesanales con aroma a campo en cafeterías de barrio como las de Colegiales o Villa Crespo. El romero es sinónimo de comida casera con un giro sofisticado.
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Asado con ramas de romero en las brasas: un toque perfumado que eleva la parrilla clásica.
Focaccia casera: con oliva y romero por encima, crujiente y fragante.
Papas rústicas al horno: con sal gruesa, ajo y romero fresco.
Aceite de romero: ideal para acompañar panes caseros o como base para marinar.
Guisos y sopas otoñales: aporta profundidad y un sabor envolvente.
Lo mejor del romero es que podés tenerlo a metros de tu cocina. No necesita mucho mantenimiento y es muy agradecido. Acá, unos consejos clave:
Sol directo: al menos 6 horas por día. Ideal para balcones soleados.
Riego moderado: dejá secar la capa superior de la tierra antes de volver a regar.
Maceta con buen drenaje: evitá que se acumule agua para que no se pudran las raíces.
Poda regular: fortalece la planta y estimula el crecimiento de nuevas ramas.
Invierno bajo techo: si hace frío, entrala a un lugar iluminado.
Cosecha inteligente: cortá solo lo que vas a usar, de preferencia en la mañana, cuando sus aceites esenciales están más concentrados.
Infusioná aceite de oliva con romero y usalo como base para carnes o panes.
Agregalo al agua de cocción de papas o arroz para darles un aroma sutil.
Picá finito y mezclalo con manteca para servir con pan caliente.
Hacelo en polvo seco y espolvorealo sobre pizzas, carnes o vegetales al horno.
Usar romero fresco es algo más que cocinar: es abrir una puerta a los sentidos. Apenas lo cortás, invade el aire un perfume que recuerda al campo, al fuego, a la cocina de la abuela. Es esa clase de aroma que despierta recuerdos y que transforma una comida en un ritual.
Ya sea en una cena improvisada en casa o en un bistró porteño con platos de estación, el romero siempre está ahí, dando ese toque final que hace la diferencia.
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