Casi obligados a adaptarnos en silencio a la violencia establecida subrepticiamente en cada esquina de nuestro planeta, estamos vivenciando una masiva “renegación” - mecanismo de defensa ante la realidad exterior - noción a la que Freud denomina Verleugnung, produciéndose la escisión del yo, es decir una separación.

Con un yo quebrado se borra de la percepción lo que no se quiere ver.

Digamos que gran parte del mundo, la mayoría de nosotros: estamos optando por este mecanismo. Tal es así que nos negamos a reconocer nuestra percepción ante los extremos eventos que suceden a diario.

Lo interesante es ver la facilidad con la que mi deseo se convierte en el deseo del otro - como en un cardumen de peces - y así los mensajes se contagian en una sociedad que imita lo que escucha y ve según el sentido de pertenencia.

Más cerca del abismo compulsivo, vamos avalando pasiva o activamente todo lo que se suscita a nuestro alrededor. Una vez legitimada la violencia en cada área, fingir es la consigna. Fingiendo una existencia… diría José Feliciano en su composición musical Alma Mía.

Las máscaras de la tecnología y sus redes son los refugios perfectos para el simulacro, allí el fantasma de Lacan juega como quiere. De cardumen pasamos a ser pescados.

La pregunta que siempre hago en este caso es: ¿por qué elegimos el abismo y no la profundidad?

Rodeados de abismos, la vida se ha convertido en un adictivo puente de incertidumbre vertiginoso, ya nada se sabe. Caldo de cultivo para todo aquello que tape o adormezca son: drogas, suplementos, pantallas, juegos, aplicaciones, objetos a ser fabricados, pero por sobre todo la pérdida de reflexión, ¿sobrevivir a toda costa o a todo costo?. Todos estos caramelos convertidos en elixires son los  especialistas en robarnos el tiempo que alguna vez usamos para ir hasta el fondo de nuestra psiquis, de nuestros pensamientos de nuestras emociones.

Noticias, geopolítica, economía, incluso las moribundas democracias nos conducen cada día a un nuevo y gran abismo de inestabilidad emocional.

Lo ligero genera ese trastorno de ansiedad que desde los 90 según el Dr. Marín deja de ser ciencia para convertir a la medicina en tecnología. Sistema que empieza creando enfermedades como una prenda de moda, él la llama la tercera industria de la muerte.

Han inventado incluso el abismo de caratular a la depresión, al síndrome de atención y a la ansiedad con el título de enfermedad, cuando no lo son. Síndromes señoras y señores.

Lo grave es que si no puedo poner al sentimiento en palabras y acciones me enfermo.

Por ello mi insistencia por la bella profundidad de este mar existencial, el del sentir.

Durante años las religiones negaron la vida con sus ilusiones esclavizándonos. La debilidad es el imán perfecto para una mentira. Y esa esclavización se extiende hoy a las happycracias, esas cajitas donde venden todo tipo de paliativo o el anhelo de ser felices. Farmacias, agencias de viajes, el negocio del cuerpo y sus terapias, el alcohol…la lista es muy larga y ya quedó demodé. Consumir en síntesis parece ser lo único que nos da esperanza para sentirnos bien, incluso consumir un ser humano pago que nos satisfaga por la incapacidad o falta de seducción propia.

Como dice el maravilloso compendio existencial de “Así habló Saratrusta” a través del profeta Persa Zarazushtra: el cuerpo es la verdadera esencia del ser humano y despreciarlo es negar la vida misma.

Hoy al cuerpo le hemos dado la entidad de objeto, lejos de sentir para transformarnos, lo usamos como un juguete a ser mejorado, a ser expuesto, a ser sometido, a sexualizarce, a adelgazar. Pero no logramos reparar en embellecerlo con las emociones de nuestro intelecto, para que no solo pueda sentir placer momentáneo sino que aprenda como filosofía de vida a amar a través del tiempo y el espacio en un lapsus duradero —como la extensión del espíritu que es, aprendiendo a vibrar genuinamente con sentimiento.

Las descargas genitales no llegan más que a esos segundos, luego el abismo de la nada misma regresa nuevamente. Sin emoción todo se disuelve en el mismo instante.

Necesitamos de la energía de contención del otro porque este templo llamado cuerpo es lo que nos lleva durante toda la vida, y si no lo hace con sofisticación y sensualidad muere como cosa.

Esto de dejarse llevar y no ejercer nuestra propia voluntad es hoy el mayor signo de debilidad del individuo. No poder discernir ni expresar entre tanta negación y represión lo que realmente deseamos.

El proceso de conocimiento no debe ser acumulado como información sino que debe ser vivenciado y experimentado para construir nuestro yo.

El verdadero conocimiento proviene de una profunda conexión con la vida y con uno mismo, donde la entrega total es necesaria. Insisto llegar al fondo, los abismos constantes son tan infantiles como sus creadores.

Crecer es la consigna, y ello tiene un costo que no es evadirse, es estar presente con nuestro cuerpo en donde haya que estarlo.

Mutilar la vitalidad es lo que se busca, pues como luchadores ese punto no es negociable. Las experiencias no se compran, quizá las falsas, pero no la de un matrimonio con su hija que en los años 80 viajaba 40 kilómetros desde Villa La Angostura hasta el único bar en Ingeniero Jacobacci. Allí una niña de 8 años cenaba en su única salida del mes: un café con leche porque era lo único que sus padres podían ofrecerle, junto al inmenso regalo de cinco fichas para escuchar la flamante vitrola recién estrenada del lugar. Estimular a esa niña con una sentida experiencia es la maravillosa hazaña de lo posible. Hoy la pequeña devenida en adulta se dedica a motivar líderes y deportistas, porque tuvieron sus padres y tuvo ella la capacidad y el arte de ir a lo profundo, entendiendo que si no había suficiente dinero para una comida, si existía la opción de una café con leche y de unas inolvidables canciones —tesoros emocionales.

Los valores los construimos con creatividad, con el vital sentido de la excelencia. Lo mejor nunca está en la superficie de la simple vista; menos que menos en los abismos a los que intentan llevarnos diariamente los hacedores de este paupérrimo sistema tan fallido como sus diseñadores.

Fiedrich Nietzsche
Fiedrich Nietzsche

“Hablan de luz mientras viven de las sombras. Predicadores de la muerte”.

Nietzsche Friedrich  

Teniendo en cuenta y tomando conciencia que vivimos en un campo corrupto minado de simulacros e ilusiones, tenemos la obligación de luchar contra nuestras propias limitaciones que serán las que nos permitan salir de ese territorio para empezar a arar nuestra propia parcela de tierra, nuestro propio universo.

Negociar con nuestra identidad para mantener abierta la alteridad de las formas.

Cuando la higuera se quedó sin frutos, nadie la miró. Deseando que la producción de sus frutos fuera alabada por los hombres, fue doblada y rota por ellos.

Que el abismo nos devuelva la mirada.