De cara a Octubre
En Argentina los días son meses y los meses años, a unas pocas semanas de volver a enfrentarnos a las urnas, la sociedad le dispara como dardos un mensaje claro y punzante al gobierno: su idiosincrasia no se veta.
Desconocer al electorado es desconocer la esencia del argentino que, ante todo, reivindica sus conquistas o pelea por ellas cuando cree que están en peligro. En el terruño de la comunicación es casi todo válido, incluso pueden pasarse por alto los improperios del primer mandatario, pero del dicho al hecho…
Lo simbólico ha perdido su peso, es cierto, mas no lo tangible, lo cotidiano. Es quizás la quintaesencia nacional la que no puede interpretar un gobierno que opera con un outsider a la cabeza ¿Acaso algún argentino se opondrá de manera abierta y deliberada a la educación, la salud, los jubilados? No sin atravesar el más acérrimo de los escarnios.
La macroeconomía resulta ser el ápice de un butte muy lejano. Quien recorre la urbe con la sube y un saldo en negativo, se sienta pasmado en el colectivo con la mirada perdida en el conurbano y su paisaje gris, se agarra de sus fotocopias para rendir algún final… se encuentra totalmente ajeno a este mundo de especulaciones. Un mundo que no entiende y que, por otro lado, si así fuera… ¿Qué más da? ¿Quién puede abstraerse a su magnitud con una perspectiva global cuando está pensando, por ejemplo, en llegar a su hogar, con deudas que pagar, agotado, con el día a día al hombro como un hilo que se desteje de un ovillo sin fin?
Para gobernar, no basta la búsqueda desesperada e inapelable del equilibrio fiscal. Habría que comprender que, ante todo, el pueblo siempre resiste y el remanente que sostiene las ideas y la esperanza de un futuro mejor no se doblega tan fácilmente. La pedagogía de la crueldad despliega sus áncoras desde el aparato ideológico, pero no puede contra el torrente fuerte y agitado de la lucha popular.
El 26 de octubre las urnas volverán a dar un mensaje, quizás el gobierno consiga un acompañamiento superior al pasado 7 de septiembre, un nuevo voto de fe que florecerá de la animosidad hacia la oposición. O quizás no, pero hay algo que está claro: el veto lo termina poniendo el pueblo, siempre.