Con 207 años de vida, una Argentina envejecida y enferma se deshizo de sus viejos ropajes para vestirse con un nuevo atuendo, esta vez con la furia de un león.

A lo lejos y en silencio el rugir de un no queremos más se hizo real, murió el viejo artilugio de una perversa narrativa que hábilmente supo legitimar por dos siglos toda clase de atrocidades.

Parece ser que muchas veces galopan en un mismo espacio realidades paralelas, la gente y los medios.

Cómo un canto de esperanza en las calles se respira un sentido de vida, creado por las nuevas y las viejas generaciones, ambas sedientas de un futuro con propósito, tanto los jóvenes, como quiénes quieren transitar sus últimos años con un aroma a porvenir, ya desdibujado en su memoria.

Los polos generacionales se unen, quizá porque no tienen nada que perder, eso es lo interesante, el miedo en ellos no se hace material, siendo quizá la fórmula para poder ser genuinos y votar con emoción, lo único verdadero que tenemos (ya sabemos que la razón está contaminada por la cultura).

El mejor ejemplo es Alicia, una mujer de 80 años que pide un taxi para poder ir a votar por el tan ansiado cambio, la respuesta de ese joven, es llevarla sin cobrarle por su servicio. Unión, el nuevo aliciente que los representa, la esperanza de querer avanzar.

Este 13 de Agosto se derrite finalmente el menosprecio político, el deshilachado concepto de la masas como ignorantes no es tal.

En la maravillosa Obra de Teatro "La última sesión de Freud" protagonizada por Luis Machin y Javier Lorenzo, Freud nos dice que Jesucristo era un ilusionista, y que la iglesia había basado todos sus conocimientos en cuentos para niños, vaya ignorancia pensar que un Dios iba a basar la diferencia del bien y el mal en una mujer semi desnuda como Eva, cuyo concepto se definía si comía una manzana o no.

Hoy a la distancia parece que muchos creían ser Jesucristo, legitimando una creencia como religión. Indudablemente el antiguo Caballo de Troya murió, un Ave Fénix colorida brilla en el horizonte.

"Minimizar el descontento crea una nueva identidad", es lo que los políticos no quisieron ver.

Sí hacemos un análisis serio, las contradicciones de las democracias occidentales idealizadas por años nos han llevado a una terrible involución y falsa pertenencia, el pueblo paga-pagaba por ser sometido, esa celestial protección, ese hechizo feudal entre dos partidos únicos, desaparece hoy.

Esa dependencia idealizada de un líder se difumina como un paso importante en la historia de nuestro país, la dialéctica de Hegel del Amo y el esclavo cambia de paradigma en nuestra realidad, «la figura es aquel que ayuda y construye, no el que sodomiza».

La antigua relación masoquista primaria de Freud, esa dependencia del otro, no se refleja más en un régimen despótico, sino en "la ansiada libertad", en el progreso natural de un nuevo referente afín a ella.

Una nueva identidad vibra, ese mecanismo de sádicos y masoquistas cómplices del dolor, prohibiendo el goce natural, esa destructividad humana que tanto nos caracteriza, parece estar en pausa para un nuevo resurgir, el castigo ya no tiene buen marketing entre los que pudieron despertar. Vaya sí somos muchos.

Hablar de un efecto contagio tampoco aplica a un fenómeno no esperado, cuya valentía es completamente espontánea.

Pues será a partir de este momento, hora de poder decir erguidos, orgullosos, que hemos ganado una batalla histórica contra nosotros mismos, contra nuestro primitivismo psíquico. Hemos sido capaces de decir basta al vínculo amo- esclavo, para construir a través de una figura distinta un futuro constructivo.

No se trata de banderas políticas, sino de un despertar inconscientemente consensuado entre los ciudadanos, hartos de pelear contra un enemigo cuyo sueldo pagamos, hartos de alimentar un monstruo que durante dos siglos no hizo más que intentar comernos de todas las formas posibles.

Se abre un puente de sanidad mental que indefectiblemente nos llevará al tan ansiado bienestar económico y emocional, por el qué venimos luchando desde nuestra existencia. Hoy corre en nuestras venas una marea de humildad, con la dosis necesaria para crecer, tras un aletargado y agónico sobrevivir.

Pericles en Grecia hablaba de la teoría de la belleza, cualidad del alma y del carácter, la bondad del espíritu, allí es a donde hemos llegado, para poder elegir un próximo candidato que deberá ser virtuoso en el sentido amplio de la palabra, como solía decir Platón.

Porque si analizamos, según la Real Academia, el bien se define con tantas ideas como sinónimos, pero si acudimos al mal, a su opuesto, no hay una definición real, material; sin embargo podemos decir que "cuando no hay estructura aparece el mal".

¿Y por qué aparece el mal, por qué tantos años de mal?

Por la falta de enseñanza o discernimiento en nuestra etapa primaria de su significado.

A viva voce nuestra misión es diseñar «nuevos ideales como valores existenciales», para encontrar un camino que nos permita generar un propósito real para adaptarnos a una era desafiante.

Percy Shelley, leyenda y máximo representante del romanticismo, en su obra "El Triunfo de la vida" diseñado en base a "La Divina Comedia de Dante y el Triunfo de Petrarca", nos deja uno de los mensajes más poderosos de vitalidad, con un compromiso absoluto con la realidad social. Nos enseña que quienes tienen la ilusión de conquistar la vida muchas veces terminan dejándose dominar por ella.

En esta última obra que no llega a terminar, dado que muere ahogado en el mar, volviendo de una visita a Lord Byron en Pisa Italia, destaca el triunfo de la vida cómo contrafuerza, contrarelato de la ruina.

Relaciona la indiferencia con la repetición y el automatismo de la pulsión de muerte.

Queda para analizar, ¿el cómo mantener esa fina y delgada línea entre el triunfo de la vida y la derrota?, entendiendo que en el transcurso tendremos que navegar con ambas para poder llegar a tierra firme.

El camino no será simple, pero la entrega lo hará interesante.

El cambio de consciencia ha llegado al fin.

¿Acaso no se encoge de asco cualquier mente sensible cuando contempla a miles de sus semejantes a quienes la indigencia y la persecución ha privado de ejercer sus capacidades mentales, capacidades mentales que son las únicas que pueden distinguirlos de las bestias? (...) ¿No es un insulto que un hombre, abusando de esa capacidad que le fue dada para conseguir la felicidad de sus semejantes, les prive del poder para usar el don más noble que se nos ha proporcionado?

«Percy Bysshe Shelley» (1829)