La televisión ya no tiene el poder de antes. Los políticos con monólogos eternos y peleas teatrales dejaron de ser el centro de atención. Hoy el ruido se instaló en el celular: videos virales, memes y reels que te capturan en segundos y no te sueltan. Los argentinos, aunque todavía dejan el televisor prendido, están en otra. La verdadera acción está en la palma de la mano, donde el scroll no tiene fin y la información llega tan rápido como se olvida.

Martin Scorsese lo dijo claro cuando habló de la inteligencia artificial: "Es casi como si una IA te hiciera una película". Y si eso pasa en el cine, ¿qué queda para la política? Hoy, en cuestión de segundos, una herramienta de IA puede crear un video donde un político diga algo que nunca dijo, o haga algo que jamás hizo. Imágenes tan reales que asustan. Un escándalo, un delito, algo que haga ruido. Da igual si es cierto. La gente comparte, comenta y se indigna, porque las redes están diseñadas para eso: para consumir, no para pensar.

El problema no es solo la mentira, es el exceso. Las redes nos acostumbraron a lo inmediato. Un clic y pasaste a otra cosa. Los discursos largos aburren, los debates eternos cansan. Queremos frases contundentes, videos de 15 segundos y, si hay bronca, mejor. Porque, sí, la bronca también entretiene. Políticos como Javier Milei lo entendieron antes que nadie. Mientras la vieja política seguía intentando con medios tradicionales, Milei convirtió a X en su canal personal. Gritó, provocó, viralizó. Ganó. Su mensaje viajó más rápido que cualquier cadena nacional.

Pero la inteligencia artificial vino a complicar aún más las cosas. ¿Cuántos argentinos pueden realmente distinguir un video real de uno falso? La respuesta es preocupante: muchos no pueden hacerlo. Y es que, cuando vivís entre crisis, cansancio y sobresaturación, no importa si es real o no; importa que te saque una reacción. Da igual si lo que ves es una mentira bien armada.

El sociólogo Zygmunt Bauman lo resumió perfecto: "La verdad está en crisis, porque la información no busca aclarar, busca viralizarse". Así funcionan las redes. Lo que importa es el impacto, no la veracidad. Y en este mar de imágenes, noticias y videos, la verdad tiene menos likes que la mentira bien editada.

Pero cuidado, porque la gente también cambió. No es tan fácil engañar como antes. Los políticos que imitan influencers o que se suben a la moda de los reels porque "hay que estar" no entienden algo básico: la gente no quiere actuaciones, quiere autenticidad. Cuando un político exagera, miente o parece forzado, se nota. Y la gente lo huele a kilómetros.

En palabras del filósofo Byung-Chul Han: "La transparencia es más peligrosa para quien tiene algo que ocultar". En redes, todo queda expuesto.

Los próximos meses serán claves. Las elecciones no se ganarán en actos masivos ni en debates televisados, se decidirán en un celular. Videos, fake news, inteligencia artificial... el terreno de juego es virtual, pero las consecuencias son reales.

La pregunta es si podremos discernir entre lo real y lo falso. Porque mientras las redes se convierten en un campo de batalla, nosotros somos el objetivo: nuestro tiempo, nuestra atención y, por encima de todo, nuestro voto.

Si los políticos entendieron que vivimos pegados al celular, ahora nos toca a nosotros aprender una lección: ver ya no alcanza para creer. Porque, en este juego, ser espectadores pasivos puede costarnos caro.