En una Argentina donde se dolariza el agua pero se desfinancia la cultura, donde se clausuran organismos de derechos humanos y se proclama la libertad de mercado como religión de Estado, subir a escena una obra con identidad queer, rural y poética es más que arte: es un acto de insumisión. Martín Marcou lo sabe. Y no lo dramatiza: lo actúa, lo dirige y lo escribe.

Dramaturgo, docente y director escénico, Marcou lleva más de diez años haciendo temporada con Hijo del Campo, una pieza donde el campo no es solo paisaje, sino herida. Donde lo queer no es moda de red social, sino memoria corporal. Y donde el desarraigo no es solo tema, sino lenguaje.

Ambientada en la Patagonia profunda, durante una jornada de esquila bajo el sol de enero, la obra sigue a un peón que carga con una diferencia que no puede nombrar pero que lo atraviesa por completo. En el cruce entre la tierra, el silencio y la identidad, Hijo del Campo narra la soledad del que se sabe distinto y la fuerza de quien, aun así, se queda. Es una dramaturgia que desarma al gaucho tradicional y lo reescribe con deseo, con vulnerabilidad, con ternura rural.

“En este momento tan difícil para la cultura, reestrenar Hijo del Campo es un gesto de persistencia. Es decir: seguimos acá, aunque nos quieran sin escena”, dice. Y ahí está la clave: resistir, pero también proponer.

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Hijo del campo, hijo del margen
Martín Marcou, escribe, actúa, y dirige la obra.

Una butaca en el país del ajuste

Desde que Javier Milei asumió la presidencia, el desmantelamiento de políticas culturales ha sido sistemático. Cierre del INADI. Eliminación del Ministerio de Mujeres. Recortes a salas, institutos, festivales, subsidios. Pero el ataque no es solo presupuestario: es simbólico.

“Siento que estamos atravesando un proceso de deshumanización complicado”, advierte Marcou. “No podemos acostumbrarnos a la crueldad, la pérdida del sentido de la vida o la falta de compasión. Se desarma todo lo que alguna vez intentó contenernos desde lo público, y se instala una lógica de sálvese quien pueda”.

Y sin embargo, la escena independiente sigue encendiendo luces. “El teatro siempre fue trinchera en tiempos de avance reaccionario”, recuerda. “En los 90, en dictadura, ahora. Siempre fue refugio, denuncia y lugar de afecto colectivo”.

Hijo del campo, hijo del margen
Marcou advierte que la sociedad atraviesa un proceso de deshumanización "complicado".

De la Patagonia a Pasteur: migraciones internas, cuerpos visibles

Hijo del Campo está ambientada en la Patagonia. Pero no desde la postal turística ni el relato oficial. “La migración también es interna”, remarca. “Y eso no siempre se ve. Hay una romantización del campo, pero no se habla del dolor de quien migra desde ahí, de quien es raro en el interior, de quien no encaja ni allá ni acá”.

“El gaucho también puede ser marica”, suelta, como quien desarma siglos de mito. Y agrega: “Esa figura rígida del macho rural la vengo desmontando hace tiempo. Yo nací en un pueblo, crecí en un entorno donde ser diferente se pagaba caro. Esta obra es también mi manera de decir: existimos”.

Hijo del campo, hijo del margen
La obra escrita, actuada y dirigida por Marcou se encuentra ambientada en la Patagonia.

Cultura en modo supervivencia

“El arte siempre estuvo en riesgo, pero ahora lo está aún más”, dice. “Hacemos teatro en el tiempo que nos queda, después de trabajar en tres empleos para llegar a fin de mes. Las salas independientes subsisten como pueden, sin ayuda, sin fomento, y con tarifas impagables”.

¿Y por qué seguir?. “Porque el deseo sigue. Antes que preguntarnos si hay subsidio, nos preguntamos si hay deseo. Si hay algo para decir. Si todavía creemos que alguien puede salir diferente después de ver una obra”.

Y ahí está lo político: “El deseo también resiste. No se privatiza tan fácil. Lo que nos salva no es la eficiencia, es el amor por lo que hacemos”.

La imagen final: una valija, una decisión

Si tuviera que dejar una imagen como respuesta política al presente, Martín elige la escena del gaucho que parte a la ciudad con una valija en la mano. “Pero se lleva con él un poco de su tierra en los bolsillos”, dice. “Porque una no deja de ser de donde viene. Porque incluso cuando te echan, el campo te acompaña”.

“La valija es todo: lo que dejamos, lo que cargamos, lo que no queremos que nos quiten. Es el símbolo del desarraigo y la decisión de seguir��.

Ni exóticos ni ilegales: sujetos políticos

En la Argentina de 2025, donde el Estado se repliega, el mercado decide y la crueldad se disfraza de libertad, Hijo del Campo se levanta como una escena subversiva. No porque grite, sino porque abraza. No porque provoque, sino porque recuerda.

“Yo no hago teatro para ser exótico, ni para ser token queer en ninguna agenda oficial”, advierte. “Lo hago porque el cuerpo guarda memoria. Y porque creo que hay que incomodar con ternura, con belleza. Recordar que también somos sujetos políticos”.

Y remata: “A quienes sienten que este país ya no les pertenece, les diría: nadie se salva solo. Las redes existen. El arte existe. Y mientras exista, vamos a tener una trinchera más desde donde seguir contando lo que no quieren que se diga”.

Hijo del campo, hijo del margen
La obra podrá verse durante agosto en el Espacio Tole Tole Teatro.

La décima y última temporada de Hijo del campo podrá verse todos los sábados de agosto a las 21:00 h en el Espacio Tole Tole Teatro (Pasteur 683, CABA). Serán solo cinco funciones, del 2 al 30 de agosto. Las entradas tienen un valor de $12.000 y pueden adquirirse en la boletería del teatro o a través de Alternativa Teatral en este enlace.