Que se jodan los jubilados y los discapacitados
El Congreso aprobó subas para jubilados y personas con discapacidad, pero Milei ya prometió veto.
El Senado, ese rejunte de partidos y apellidos —los mismos que se aumentaron el sueldo mientras jubilados y discapacitados esperan— por fin dejaron de hacerse los distraídos y dieron un salto. No fue un brinco heroico, sino uno tibio, a regañadientes, porque el agua tibia ya les quemaba demasiado. Así aprobaron el aumento de jubilaciones, la restitución de la moratoria y la emergencia en discapacidad —52 votos a favor, 5 abstenciones y 16 ausentes, en medio de discursos llorosos y lluvia de aplausos.
Pero no festejemos el gol antes de que el árbitro lo cobre… o el rey libertario lo anule con un tuit en mayúsculas. Porque apenas el Congreso aprobó la ley, Milei reaccionó como quien reprende a un demonio en medio de un exorcismo: rápido, ruidoso y con promesa de venganza. “Voy a vetar”, soltó. Y si no le alcanza el veto, acudirá a la Justicia. Y si la Justicia no le da pelota —o no lo hace a tiempo—, en diciembre piensa borrar todo con liquid paper ideológico. En medio de este show político, los que siempre terminan poniendo el cuerpo son los mismos: los jubilados que trabajaron décadas, estirando cada peso para llegar a fin de mes, pagando el Monotributo como quien pone fichas en un bingo arreglado, sin saber si va a ganar algo o solo a seguir perdiendo; y las personas con discapacidad, que enfrentan trámites que parecen diseñados para cansar hasta al más paciente, donde el premio nunca es un derecho, sino una migaja con fecha de vencimiento.
Acá aparece la liga libertaria del ajuste: esos “87 héroes” de Olivos, que en 2024 blindaron el veto al aumento jubilatorio mientras se servían sanguchitos de miga, brindaban con espumante y escuchaban ópera en la Quinta. Ahora Milei quiere volver a convocarlos para frenar esta “aberración fiscal” que significa que los jubilados puedan darse el lujo de comprar sus medicamentos sin dejar de comer.
Los libertarios afilan los dientes: saben que con 86 votos, el veto queda firme. Pero si la oposición logra juntar 172, le revientan el blindaje. Por eso, Milei mandó a llamar a Menem y sus esbirros para darle a elegir a los gobernadores entre el látigo o la chequera, incluyendo radicales que aprendieron a hacer la plancha en el poder y cualquier diputado dispuesto a cambiar principios por promesas de obra pública que nunca llegarán.
Porque en la Argentina de Milei, si no te jubilás, es culpa tuya. ¿Quién te manda a laburar sin registrarte y sin aportar?. Y encima querés que te banquemos la moratoria, justo ahora que no hay plata ni para rutas, ni para hospitales, ni para nada que no sea la libertad del Excel. ¡Qué envidiosos estos kukas, estos peronchos, estos fachos socialistas!. Siempre con ese virus en la cabeza de que todo es un derecho, fomentando la envidia y el resentimiento, como si la justicia social fuera un spin-off de película populista.
La oposición, mientras tanto, levanta la bandera de los abuelos con la misma intensidad con la que ponían la firma para el acuerdo con el FMI y recortaban en el PAMI. Estos son expertos en cambiar el discurso en 48 horas según la encuesta del día, los mismos que hoy repiten “los abuelos no se tocan” y cuando eran mayoría patean las reformas de fondo que se necesitan para que el sistema previsional deje de ser una trampa mortal para quienes dependen de él. La coherencia es un lujo que ningún político se puede permitir.
Todo esto ocurre con un Poder Ejecutivo en modo carnicero gourmet, que no se conforma con cortar grasa del Estado: fileteando con precisión quirúrgica la Dirección Nacional de Vialidad y usando la “ley de bases” y el DNU 70/23 como cuchillos de colección para rebanar 47 organismos, fondos y comisiones como si fueran fiambres. Estamos en medio de un desguace exprés del aparato público servido como menú de ajuste al estilo libertario: recorte al punto, con guarnición de marketing y reducción de derechos.
El Ministerio de Desregulación, ese Frankestein que maneja Sturzenegger, aplica fórmulas de laboratorio que producen menos empleos, flexibilizan derechos laborales y promueven la venta de todos los patrimonios nacionales, y por si fuera poco, también generan una fuga de capitales, lo que dista mucho de ser una lluvia de inversiones.
Así, nos convertimos en el experimento del ajuste perpetuo, en el laboratorio de las promesas de “modernización” que dejan al país más vacío y a su gente más sola. Mientras se discute con épica de Twitter, se siguen acumulando parches en un sistema previsional que está en terapia intensiva. Porque en este país todo se discute con pasión hasta que hay que pagar la cuenta, y ahí las banderas se guardan, las promesas se esfuman y los Excel deciden quién vive con dignidad y quién se ajusta el cinturón.
En el medio, los jubilados y las personas con discapacidad esperan. Sobreviven. Se resignan a ser rehenes de cada campaña, de cada discurso que se grita en un atril y se desinfla al día siguiente. Son el botín de cada relato, la excusa de cada bando, el ajuste de cada gobierno.
Porque en este país, entre tanto ajuste con marketing libertario y tanto discurso de justicia social de cotillón, el mensaje de fondo nunca cambia: que se jodan los jubilados y los discapacitados.