La provincia de Buenos Aires volvió a ser el epicentro de la política argentina y esta vez el resultado no fue solo numérico, sino simbólico: mostró que el gobierno de Javier Milei está en jaque, atravesado por la descentración política, la fragilidad territorial y la sombra de la corrupción que toca de cerca a su hermana y principal armadora, Karina Milei. El oficialismo libertario quedó expuesto en el distrito más grande del país, donde las urnas reflejaron una combinación letal: abstención, desconfianza y un peronismo dispuesto a capitalizar cada error.

El símbolo del “3%” se convirtió en el corazón de la crisis. Lo que comenzó como una denuncia de sobornos y retornos en el armado libertario, rápidamente se transformó en un fenómeno cultural. En recitales como el de Lali Espósito, el gesto con tres dedos en alto fue leído como un guiño popular contra la corrupción del oficialismo. En redes sociales, la cifra se viralizó hasta volverse un latigazo que golpea la credibilidad del gobierno. “Nos prometieron terminar con la casta, pero se volvieron una casta más”, decía un vecino de Avellaneda, resignado en la puerta de una escuela el día de la votación.

La abstención como mensaje

Uno de los datos más fuertes de la elección fue la alta tasa de ausentismo en los comicios bonaerenses. Miles de ciudadanos decidieron no ir a votar, como una forma silenciosa de expresar el hartazgo. El propio discurso antipolítica de Milei, que supo ser motor de su triunfo nacional, parece ahora volverse en su contra: al instalar que la política no sirve, generó un clima de indiferencia que debilitó a su propia base electoral.

“Yo voté a Milei para que cambie algo, pero hoy ya no creo en nadie. Prefiero quedarme en mi casa”, confesó Marta, una empleada doméstica de San Martín, a un cronista de este medio. La frase sintetiza un sentimiento extendido: el desencanto. Lo que en 2023 se tradujo en entusiasmo y voto bronca, en 2025 se convirtió en abstención y silencio.

El peronismo supo leer esa desmovilización y la explotó con pragmatismo. Mientras los libertarios fallaban en la fiscalización —con mesas sin control y actas cuestionadas—, el aparato tradicional desplegó su maquinaria aceitada. En los barrios del conurbano, las redes de punteros, fiscales y organizaciones sociales garantizaron presencia en cada escuela. “La política es cuerpo y territorio. Milei no entendió que Twitter no cuida las urnas”, graficó un dirigente peronista en Quilmes.

El 3% como búmeran

La figura de Karina Milei, conocida como “El Jefe”, pasó de ser fortaleza a debilidad. Señalada como arquitecta de un sistema de retornos del 3% para acceder a candidaturas y contratos, quedó en el centro de la tormenta. La denuncia, que comenzó como un rumor interno, terminó explotando en la campaña.

“Lo del 3% no es solo un número, es un símbolo de que nada cambió. Cambiaron los nombres, pero la política sigue igual”, opinó Ramiro, un estudiante de La Plata que en 2023 había militado para Milei. Ese sentimiento atravesó la juventud libertaria, desmoralizada por las acusaciones de corrupción y la falta de renovación real.

El gesto de Lali Espósito en su recital, levantando tres dedos como referencia al escándalo, fue quizás el golpe más duro: la cultura pop tradujo una denuncia política en un gesto masivo que penetró en la calle, más allá de las tribunas partidarias. Lo que parecía una interna, terminó convertido en lenguaje común.

Los mercados, atentos al resultado

En la City porteña, las elecciones bonaerenses se leen siempre como un termómetro de gobernabilidad. Esta vez, la reacción fue inmediata: el dólar paralelo subió, los bonos cayeron y los operadores comenzaron a preguntarse cuánto margen le queda a Milei para sostener su programa de ajuste.

“El mercado ya no compra discursos, necesita hechos. Si Milei pierde anclaje político en la provincia de Buenos Aires, se le complica sostener cualquier plan”, explicó un economista de una consultora internacional.

El escenario recuerda a otros momentos de la historia argentina en que la política y la economía se retroalimentan en crisis. La incertidumbre sobre el rumbo del gobierno, sumada a la percepción de corrupción y a la debilidad en la fiscalización electoral, alimenta la desconfianza inversora. El fantasma de una nueva corrida no está descartado.

Los Menem y las tensiones internas

A la crisis se suma la relación ambigua con los Menem, actores que orbitan alrededor del poder libertario con peso propio. Las denuncias cruzadas sobre negocios y favores entre Karina Milei y sectores vinculados a la familia Menem generan un ruido adicional. “Es como volver a los noventa: privatizaciones, corrupción y negocios con el Estado”, ironizó un analista político.

La interna libertaria se profundiza. Mientras un sector pide moderación y alianzas para evitar el colapso, otro insiste en redoblar la apuesta con más radicalización. Milei intenta mostrarse como árbitro, pero cada vez luce más aislado. Los gestos públicos de su hermana, la disputa por la caja política y la tensión con referentes como Ramiro Marra muestran un oficialismo fracturado.

“El libertarismo se quedó sin relato y sin organización. Lo único que lo sostiene es la figura del Presidente, pero hasta eso empieza a desgastarse”, señaló un dirigente radical que sigue de cerca la dinámica en el Congreso.

El peronismo, paciente y astuto

El PJ, por su parte, se mueve con calma. Aprovecha el desgaste libertario sin necesidad de grandes discursos. “El 3% ya es nuestro mejor spot de campaña”, confesó un intendente del conurbano. La estrategia peronista es clara: exhibir la contradicción de un gobierno que prometió terminar con la casta pero que, según las denuncias, montó su propia red de retornos y privilegios.

En cada barrio, el mensaje se repite: “Milei no vino a cambiar nada, vino a hacer lo mismo de siempre”. La narrativa cala en sectores populares y en jóvenes desencantados. El voto ausente y el voto bronca vuelven a ser la base sobre la que el peronismo reconstruye su fuerza.

¿Cómo seguirá Milei hasta octubre?

El camino hacia las elecciones de octubre se presenta cuesta arriba. Milei deberá sostener la economía en un contexto de inestabilidad financiera, responder a las denuncias de corrupción que tocan a su hermana y ordenar una interna cada vez más desbordada. La pregunta es si podrá hacerlo con la audacia que lo llevó al poder o si quedará atrapado en la fragilidad de un gobierno que se desarma desde adentro.

En la provincia de Buenos Aires, el mensaje de las urnas fue contundente: la desmovilización, la corrupción y la falta de estructura le pasaron factura. El símbolo del 3% y el ausentismo funcionan como recordatorios de que la bronca social puede volverse contra quienes prometieron encarnarla.

“La gente está cansada. No ve cambios y siente que todos son iguales. Por eso no fue a votar”, dijo Nora, vecina de Vicente López. Esa apatía, que atraviesa a clases medias y populares, es quizás la peor noticia para un gobierno que se alimentó de la indignación ciudadana.

Un gobierno en jaque

El oficialismo libertario enfrenta su primera gran crisis estructural. La corrupción, la improvisación y la interna exponen sus límites. El peronismo, lejos de estar muerto, reaparece con astucia. Y los mercados, atentos, ponen condiciones cada vez más duras.

El Milei que llegó prometiendo dinamitar la política tradicional ahora lucha por no ser devorado por su propio experimento. Entre el 3% convertido en símbolo, la falta de fiscales en Buenos Aires y el descontento expresado en la abstención, el gobierno quedó en jaque. Lo que ocurra de aquí a octubre definirá si el libertarismo es apenas un paréntesis en la historia política argentina o si logra reinventarse para sobrevivir a su propio colapso.