Sultán y Juan Carlos eran inseparables. Su perro, su fiel compañero, no lo dejaba solo, ni en el frío de la noche ni ante la frialdad de las miradas de quienes pasaban, los veían y actuaban con indiferencia. Su vínculo, fue inquebrantable hasta el final: Juan no quería dejar a Sultán, y Sultán no quería apartarse de él, hasta que la despiadada muerte helada irrumpió para separarlos de manera definitiva.

El frío extremo pudo con lo que nadie había podido: separar a dos amigos inseparables. Juan Carlos Leiva tenía 51 años, y se encontraba desde hace varios en situación de calle. Poco y nada se sabía del hombre que deambulaba por la zona céntrica de la capital mendocina: algunos contaban que había venido desde Córdoba (no se sabe hace cuánto tiempo), mismo lugar de donde trajo a quien se convirtió en su inseparable compañero de cuatro patas, Sultán.

De día con el sol radiante y el calor que hacía sentir su presencia (sobre todo en verano), y por las noches con el frío que lamía la piel de ambos, Juan Carlos y Sultán resistían. El hombre, quien tenía problemas de salud preexistentes, se había negado en varias oportunidades a asistir a refugios o incluso a un hospital, porque no quería dejar solo a su amigo. Su preocupación principal era cuidar a Sultán.

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Ambos pasaban la noche a la intemperie, bajo un techo de un edificio de consultorios ubicado sobre la calle Perú 930, casi Montevideo, en el centro de la capital mendocina. Todos los días, María del Carmen Navarro, una trabajadora del lugar los despertaba y les acercaba un poco de agua caliente y café, para evitar que los vecinos llamaran a los preventores.

La mañana del lunes 26 de mayo, todo cambió. María reparó en el deteriorado estado de salud de Juan, quien aquejado por un catarro, apenas podía respirar con dificultad, al tiempo que se encontraba descalzo, en la vereda, en medio de la ola polar que azotaba al país. 

Difícil tarea fue convencer a Juan de que abandonara el lugar, y a su fiel compañero, para trasladarse a un hospital donde pudieran tratarlo como correspondía. En medio del frío impiadoso, el hombre permanecía con las manos y pies congelados, mientras que Sultán tenía tres sacos puestos, una muestra más de que su máxima preocupación era cuidar de su amigo.

Finalmente, Juan accedió a ser trasladado al Hospital Central de Mendoza, luego de que María le prometiera que cuidaría de Sultán durante su ausencia. Ninguno de los presentes sabía en ese momento que Juan, ya no volvería. Tal vez, algo intuía su fiel amigo que, lejos de alejarse de él, aullaba y ladraba, mientras las personas presentes intentaban ayudar a Juan a ponerse de pie para poder trasladarlo al hospital. “Cuídeme a Sultán”, fueron las últimas palabras antes de irse.

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En el Hospital, Juan fue internado en el área de terapia intensiva tras descubrirse que padecía de neumonía, EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica), y presentaba una afección cardíaca. Además, debido a la complejidad de su cuadro, fue trasladado al Hospital Antonio J. Scaravelli de Tunuyán, en donde pasó sus últimos momentos.

Internado en terapia intensiva, sin saber nada de su amigo, Juan pasó sus últimos días en el Hospital Antonio Scaravelli.

Ocho días duro la intensa lucha de Juan por sobrevivir y reencontrarse con su fiel amigo, quien lo esperaba bajo el cuidado de María. Lamentablemente, nunca volvieron a verse. Solo, a 82 kilómetros de distancia de su amigo incondicional, Juan murió.

La noticia causó una honda tristeza en María, quien le había asegurado que cuidaría de Sultán en su ausencia. La mujer, además de trabajar en el edificio donde Juan y Sultán solían pasar sus noches, vive con otras seis mascotas, por lo que, no podía quedarse de manera definitiva con él.

Afortunadamente, Sultán no quedó desamparado. Luego de que se conociera la muerte de Juan, y de que comenzara la búsqueda de adoptantes para su perro, una familia abrió las puertas de su casa para recibir a Sultán. Sin embargo, no se trataba de cualquier familia: La hija de los dueños de un quiosco, donde Juan siempre sacaba fiado alimentos, (y otro vecino los pagaba), decidió sumar al can como nuevo integrante.

Es difícil dilucidar a ciencia cierta como la partida de Juan afectó a Sultán, quien lo esperó durante esos eternos 8 días, en lo que fue la primera vez que ambos se separaban. Sin embargo, una cosa está clara: el último pedido de Juan antes de morir fue cumplido, y hoy su inseparable amigo, pasa sus días en un nuevo hogar, rodeado de unas de las pocas personas que no miraron al costado cuando Juan y Sultán necesitaban ayuda.