En la Argentina, el poder no siempre circula por los canales institucionales. A veces se filtra por los márgenes, entre mensajes cifrados, llamados nocturnos y silencios convenientes.

Desde hace meses, un hilo invisible une a Cristina Fernández de Kirchner con Karina Milei, la hermana y alter ego del Presidente. No se trata de una alianza formal ni de una reconciliación política: es una red de pragmatismo, donde ambas mujeres reconocen en la otra un poder real que los hombres de su entorno apenas comprenden.

El origen del entendimiento se remonta a un episodio casi doméstico, pero con alta carga simbólica: la custodia de Cristina. Patricia Bullrich, por entonces ministra con ínfulas de orden, quiso modificar la seguridad de la expresidenta. En San José 1111 (dónde CFK tiene su cárcel con privilegios) sonaron las alarmas. La respuesta no vino del despacho presidencial, sino de una oficina en la Casa Rosada donde manda Karina. Fue ella quien desautorizó el movimiento, en un gesto que Cristina no olvidó. Desde entonces, los contactos se multiplicaron, discretos, intermediados por pocos nombres confiables.

El ministro bonaerense Juan Martín Mena, hombre de la vieja guardia kirchnerista, quien hoy actúa como garante de las conversaciones entre Karina y Cristina.
El ministro bonaerense Juan Martín Mena, hombre de la vieja guardia kirchnerista, quien hoy actúa como garante de las conversaciones entre Karina y Cristina.

Negociaciones en penumbra

El dato que hoy inquieta a varios despachos oficiales es que Karina habría instruido a su círculo más estrecho para acelerar una negociación con el kirchnerismo por la Corte Suprema. El Congreso quedó partido en dos mitades casi simétricas y los libertarios necesitan aliados para cubrir las vacantes del tribunal.

La interlocutora del otro lado del teléfono es Anabel Fernández Sagasti, senadora mendocina y una de las pocas que conserva línea directa con Cristina. Entre ellas circulan nombres, condiciones y eventuales vetos.

En este tablero, Martín y Lule Menem actúan como operadores visibles. El segundo, fortalecido tras las elecciones, busca extender su influencia sobre el Senado y los gobernadores. Pero su ofensiva colisiona con Santiago Caputo, el asesor presidencial que pretendía monopolizar la relación con el Poder Judicial a través del viceministro Sebastián Amerio.

Lo que está en juego no son solo los dos lugares vacantes en la Corte. También el Procurador General, la Defensoría del Pueblo y casi trescientos pliegos judiciales que hibernan en el Senado. La pulseada define quién administra justicia —y, en la práctica, quién tiene la llave de la impunidad futura.

Cristina prefirió un oficialismo libertario antes que entregar el control al PRO.
Cristina prefirió un oficialismo libertario antes que entregar el control al PRO.

El método Karina

En el oficialismo reconocen que “El Jefe” (como llaman internamente a Karina) no suele negociar en persona, sino a través de “mensajeros confiables”. Entre ellos figura el ministro bonaerense Juan Martín Mena, hombre de la vieja guardia kirchnerista, quien hoy actúa como garante de las conversaciones. En cambio, Wado de Pedro habría perdido peso en ese circuito, desplazado por su propio desgaste dentro del peronismo residual.

Los resultados ya se perciben en el Congreso: la interpelación a Karina por el caso Andis fue pospuesta sin demasiadas explicaciones, y la comisión investigadora por la estafa Libra se desinfló de golpe. Nadie lo admite en público, pero varios senadores peronistas reconocen que una “mano poderosa” intervino para frenar las embestidas.

Cristina, la sombra que sigue ordenando

En el entorno de la expresidenta aseguran que su interés es simple: evitar que el macrismo capture el poder legislativo por la vía del vacío. No fue casual que, a fines del año pasado, sus senadores y diputados terminaran votando a favor de Martín Menem y Bartolomé Abdala para presidir ambas cámaras. Cristina prefirió un oficialismo libertario antes que entregar el control al PRO.

La lógica es clara: mantener el sistema en equilibrio. Y si para eso debe dialogar con la hermana del Presidente —una outsider sin pasado partidario, pero con el poder de decidir sobre todo lo que toca—, Cristina no duda.

En un país donde los hombres se pelean por micrófonos y hashtags, las dos mujeres más influyentes de la Argentina construyen, en silencio, un pacto de conveniencia mutua.
En un país donde los hombres se pelean por micrófonos y hashtags, las dos mujeres más influyentes de la Argentina construyen, en silencio, un pacto de conveniencia mutua.

Un nuevo pacto tácito

En la Casa Rosada lo niegan, pero en los pasillos del Congreso se da por hecho que el diálogo entre ambas mujeres existe y tiene efectos concretos. No es amistad ni complicidad. Es instinto de supervivencia.

Karina sabe que el poder de Cristina sigue intacto en los márgenes del sistema judicial. Y Cristina intuye que en Karina hay algo más que una figura decorativa: hay método, hay cálculo y, sobre todo, hay poder.

En un país donde los hombres se pelean por micrófonos y hashtags, las dos mujeres más influyentes de la Argentina construyen, en silencio, un pacto de conveniencia mutua que atraviesa al Gobierno, al peronismo y a la Corte Suprema.

Un entendimiento tan improbable como inevitable.