16/05/2025
Las nuevas políticas migratorias del gobierno dominicano convirtieron a los hospitales en zonas de captura. Lourdia Jean Pierre murió desangrada tras parir sola en el piso de su casa. Tenía miedo de ir al hospital y ser deportada. Y si no se alerta a tiempo, esta lógica puede cruzar el Caribe y replicarse en el Cono Sur.
Por Melina SCHWEIZER
Lourdia Jean Pierre tenía 32 años y cuatro hijos. El último no llegó a conocerla. Murió el 9 de mayo de 2025, desangrada en el piso de su casa en Pedro Sánchez, El Seibo, tras un parto sin asistencia. Su esposo -detenido junto al recién nacido horas después- no pudo hacer nada. No fue una negligencia médica ni una emergencia sin respuesta. Fue el miedo. Miedo a ser detenida, esposada, deportada. A cruzar el umbral del hospital provincial Teófilo Hernández sin papeles. A lo que toda migrante haitiana aprende pronto en República Dominicana: que parir puede costarte la vida, pero también el derecho a quedarte.
Su muerte no fue un secreto ni pasó
desapercibida. En pocas horas, el horror recorrió la región. Más de 400
activistas, académicas, organizaciones feministas y colectivos de derechos
humanos de América Latina, el Caribe y Europa firmaron un manifiesto sin
eufemismos: lo llamaron crimen de Estado. Denunciaron que la política
migratoria dominicana es feminicida, racista y violatoria de derechos
fundamentales, y recordaron que desde 2012 existe una persecución sistemática
contra mujeres haitianas embarazadas. La fecha del comunicado -11 de mayo, Día
de las Madres en varios países- reforzó el mensaje: en la isla, la maternidad
está bajo amenaza si se nace del lado haitiano.
El manifiesto dijo en voz alta lo
que muchas ya sabían, pero que el cuerpo de Lourdia obligó a gritar: hay
mujeres desalojadas y deportadas incluso desde salas de parto. Lo más brutal
fue que, tras su muerte, el Estado actuó con la misma lógica que la empujó a
morir. El padre del bebé y el recién nacido fueron detenidos y entregados a la
Dirección General de Migración para su repatriación inmediata. No hubo duelo.
Hubo operativo. La política migratoria no se detuvo ni ante un cuerpo tibio.
Fue un vecino quien la encontró, horas después. Grabó la escena. Subió el video. Y ahí empezó a circular la verdad: una mujer muerta por miedo, sola, sangrando en una casa humilde, mientras su hijo recién nacido era arrestado. Las redes sociales estallaron. La etiqueta #JusticiaParaLourdia se viralizó. La comunidad haitiana y parte de la sociedad dominicana alzaron la voz. Exigieron explicaciones, renuncias, cambios. Pero el silencio oficial fue más ensordecedor que cualquier comunicado.
El presidente Abinader no habló. A la fecha, no ha pronunciado públicamente el nombre de Lourdia Jean Pierre. En cambio, sus portavoces repitieron el guión habitual: que hay una crisis migratoria, que el sistema debe ordenarse, que los recursos estatales deben priorizar a los dominicanos. El Servicio Nacional de Salud y la Dirección General de Migración lamentaron la muerte... en privado. Ningún funcionario se hizo responsable en cámara. Ninguna voz oficial se quebró.
Mientras tanto, cientos de mujeres
haitianas siguen en la misma situación que Lourdia, optan por parir en casas
precarias, lejos de las camas limpias, por temor a que el hospital se convierta
en la antesala de una deportación. La pedagogía del terror ha sido eficaz. "A Lourdia la mató el miedo", escribió
el colectivo afrofeminista Aquelarre de Negras. "Y ese miedo se lo infundió el Estado." Lo dijeron con dolor, pero
también con furia. Porque saben que no fue un caso aislado. Fue un mensaje.
Derecho a la salud vs. control migratorio
El caso de Lourdia Jean Pierre no
ocurrió en el vacío. Su muerte fue la confirmación brutal de un sistema que ya
estaba en marcha. El 19 de abril de 2025, el presidente Luis Abinader anunció
un paquete de quince medidas contra la migración haitiana, que incluía un nuevo
protocolo hospitalario para personas extranjeras. Entró en vigor apenas cuatro
días después. Desde entonces, cualquier persona migrante que acuda a un
hospital público en República Dominicana debe presentar tres documentos
obligatorios: una identificación oficial, una carta de trabajo que acredite
estatus migratorio regular y un comprobante de domicilio. De lo contrario, se
le atiende solo en emergencia... y luego se le deporta. Esa es la secuencia
institucionalizada. Así opera la biopolítica negativa.
Para garantizar el cumplimiento del protocolo, el gobierno colocó inspectores migratorios permanentes en los hospitales más importantes, con apoyo militar en las entradas. También impuso tarifas especiales para extranjeros no residentes, eliminando en la práctica la gratuidad del sistema de salud para la población migrante. En su primer día, 87 mujeres haitianas fueron detenidas -48 embarazadas y 39 puérperas- junto con 48 bebés. Algunas habían sido intervenidas quirúrgicamente horas antes. Fueron trasladadas directamente desde las salas de parto al centro de detención de Haina, y de allí al paso fronterizo de Elías Piña.
"En República Dominicana, la salud pública ya no es un derecho"
Periodistas de Agence France-Presse (AFP) y Agencia EFE (principal agencia de noticias de España y una de las más importantes en el mundo hispanohablante), registraron escenas tan impactantes como inverosímiles: mujeres con bebés recién nacidos en brazos, subidas a camionetas de Migración sin haber siquiera terminado el postparto. En el hospital San Lorenzo de Los Mina, una parturienta fue detenida estando aún en trabajo de parto. Las autoridades lo niegan. Los testigos lo confirman. Las ONGs lo documentan. El ministro de Salud, Dr. Víctor Atallah, defendió el protocolo como una estrategia de eficiencia presupuestaria. Según él, la presencia de mujeres haitianas en salas de parto se redujo en más de un 30% desde su implementación. Para las autoridades, eso es una victoria. Para los movimientos de derechos humanos, una evidencia del miedo. El Colegio Médico Dominicano, en voz de su presidente Waldo Ariel Suero, expresó reparos: no por la política migratoria en sí, sino porque no se consultó a los gremios y no se contemplaron excepciones humanitarias. Pero incluso esa crítica parte de una idea compartida: que los hospitales deben limitarse a "los nuestros".
La narrativa gubernamental es clara:
los recursos son escasos, la frontera está desbordada y las parturientas
haitianas representan una amenaza para la sostenibilidad del sistema. Entre
2018 y 2021, los partos de mujeres haitianas pasaron de 14,700 a más de 30,000
anuales. Esa estadística, repetida hasta el hartazgo, ha sido utilizada para
construir un enemigo interno: el útero haitiano. Las mujeres gestantes se
transforman así en cuerpos sospechosos, sujetos a vigilancia, captura y
expulsión.
Organismos como Amnistía
Internacional y la Organización Internacional para las Migraciones han
condenado estas prácticas. El 22 de abril, solo un día después del inicio del
protocolo, la OIM documentó 416 deportaciones en Belladère, Haití: 11 eran mujeres embarazadas; 16, madres
lactantes. Lo llaman crisis. Pero no es una crisis: es un proyecto
político. Un sistema cuidadosamente diseñado para disuadir, castigar y eliminar
simbólicamente a quienes se considera una carga.
En República Dominicana, la salud
pública ya no es un derecho: es una herramienta de control migratorio. Y ese
control se ejerce con bisturí, con uniforme, con ley. En nombre de la
soberanía, se mata. En nombre de la eficiencia, se deja morir. Y todo esto
ocurre con respaldo popular, legitimado por medios, justificado por cifras y
sostenido por un Estado que ya decidió a quién está dispuesto a cuidar... y a
quién no.
La situación presenta una clara
colisión entre dos marcos normativos: por un lado, las obligaciones del Estado
dominicano en materia de salud y derechos humanos; por otro, las políticas
migratorias que priorizan el control fronterizo y la soberanía estatal. Esta
tensión ha sido señalada por juristas y organismos internacionales.
En materia de salud, República
Dominicana se ha comprometido a garantizar el acceso universal y no
discriminatorio a los servicios sanitarios. El derecho a la salud está
consagrado en instrumentos como la Constitución de la Organización Mundial de
la Salud y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (art. 12), así como en la propia
Constitución dominicana. Estos marcos imponen al Estado el deber de brindar
atención médica continua, accesible y libre de discriminación por nacionalidad,
raza u otra condición.
Asimismo, el derecho a la vida
-reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en el Pacto de
Derechos Civiles y Políticos- se ve directamente vulnerado cuando una persona
muere por falta de asistencia médica. Casos como el de Lourdia Jean Pierre
evidencian cómo la negación o el temor a buscar atención atenta contra el
derecho más básico: el de vivir. El derecho a una maternidad segura y a no
morir por causas prevenibles en el parto forma parte de las obligaciones
estatales según la OMS y la Organización Panamericana de la Salud que impulsan
programas para reducir la mortalidad materna sin distinción de origen.
Por otro lado, las autoridades
dominicanas invocan la Ley General de Migración 285-04 y el principio de
soberanía para justificar la deportación de extranjeros en situación irregular,
incluso en entornos hospitalarios. El discurso oficial resalta la "seguridad nacional" y la
sostenibilidad económica: se argumenta que la migración haitiana desbordada
pone en riesgo los servicios públicos y que el Estado dominicano "no puede cargar con los problemas de
Haití". Este razonamiento ha derivado en medidas que privilegian el control
migratorio por encima de otros derechos, creando una especie de estado de
excepción sanitario: se estabiliza al paciente, pero se le niega continuidad de
cuidados y se procede a su expulsión.
Sin embargo, estas políticas
contradicen normas jurídicas nacionales e internacionales. El Reglamento de
Aplicación de la Ley de Migración
(Decreto 631-11) prohíbe expresamente la deportación de personas
vulnerables, incluidas mujeres embarazadas, personas mayores y menores de edad.
Además, el Protocolo de Entendimiento
bilateral entre RD y Haití de 1999 ratifica la prohibición de deportar a
mujeres en estado de gestación. Al ejecutar deportaciones de parturientas,
las autoridades estarían incumpliendo su propia normativa, como ha señalado el
Observatorio de Migraciones y Movilidades Humanas en el Caribe. Cuando la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) cuestionó estas prácticas,
el gobierno dominicano negó estar violando la ley, argumentando en 2012 que "no existe evidencia" de deportaciones
inmediatamente postparto con separación del recién nacido.
No obstante, el caso de Lourdia
-quien murió por evitar el hospital- y otros registrados entre 2023 y 2025
desmienten esa afirmación. La CIDH ha instado a República Dominicana a "asegurar el acceso universal a servicios de
salud, en particular para mujeres haitianas embarazadas, sin miedo a
represalias migratorias", recordando que la protección de la vida y la
integridad debe prevalecer. La ONU, por su parte, también ha condenado estas
prácticas. En septiembre de 2023, un grupo de Relatores Especiales expresó su
alarma por "arrestos, detenciones y deportaciones de mujeres migrantes
haitianas embarazadas o con bebés, incluso directamente desde hospitales",
clasificándolos como tratos crueles e instando a su cese inmediato.
Diversos organismos han subrayado el
principio de no devolución (non-refoulement),
que prohíbe devolver personas a contextos donde su vida o derechos
fundamentales corren peligro. En Haití, la violencia armada y el colapso del
sistema sanitario son ampliamente reconocidos; el propio Consejo de Seguridad
de la ONU ha pedido solidaridad. A pesar de ello, el gobierno dominicano
sostiene que el non-refoulement "no aplica en este caso, ya que [los
haitianos deportados] no son perseguidos políticos ni minorías étnicas, sino
personas que huyen de pobreza e inseguridad por las cuales RD no tiene
responsabilidad".
Experiencias de las migrantes haitianas: miedo y exclusión
sanitaria
Las vivencias diarias de las
personas haitianas en República Dominicana revelan el profundo impacto humano
de estas políticas. Desde la entrada en vigor del protocolo migratorio
hospitalario, muchos migrantes han optado por no buscar atención médica por temor
a la deportación. "Antes teníamos los hospitales; ahora, nos queda Dios",
resume con amarga ironía una joven haitiana entrevistada en Santo Domingo. Esta
frase refleja la realidad de comunidades enteras que sienten que el sistema de
salud pública, antes su tabla de salvación, se ha vuelto inaccesible y hostil.
Testimonios recogidos en medios
locales dibujan un panorama de temor generalizado. Ovilme Feguens, un migrante
haitiano de 26 años sin papeles, afirma que si enfermara preferiría recurrir a
clínicas privadas antes que arriesgarse a ir a un hospital público. Aunque las
clínicas son mucho más costosas, representan una "vía segura" para quienes
temen los operativos migratorios. De hecho, se ha reportado un aumento inusual
de pacientes haitianos en clínicas populares y consultorios privados de bajo
costo: por ejemplo, la clínica Dr. Cruz Jiminián en Santo Domingo indicó que
atiende cada vez más haitianos dispuestos a pagar entre 500 y 2,500 pesos
dominicanos por consultas o partos, "antes que arriesgarse a la deportación".
Asimismo, fundaciones benéficas
locales han visto crecer la afluencia de niños haitianos en sus programas de
salud comunitaria, constatando que "no se puede dejar de atenderlos" y
redoblando esfuerzos para suplir el vacío. Paradójicamente, algunos centros de
asistencia gratuita manejados por la Iglesia y ONG reportan una baja en
consultas de haitianos desde abril, atribuyéndolo al miedo a la deportación,
aun cuando esas instituciones no solicitan documentos. Esto sugiere un efecto
de pánico generalizado, donde muchos migrantes evitan cualquier entorno médico,
aunque sea seguro, por la desconfianza instalada.
En las comunidades haitianas de
distintas provincias, el impacto emocional y social es palpable. Mujeres
embarazadas haitianas, que antes acudían a chequeos en maternidades dominicanas
(donde en algunos casos recibían trato amable e intérpretes criollos), ahora se
esconden o postergan las consultas. Algunas optan por "parir en casa con
comadronas" o familiares, reviviendo prácticas de parto domiciliario sin las
condiciones adecuadas, lo que incrementa el riesgo de complicaciones severas.
Las familias haitianas describen un
clima de ansiedad: cada dolor o síntoma se enfrenta con dilemas difíciles
("¿Vamos al hospital o esperamos a ver si mejora en casa?"). Un trabajador
haitiano en Santiago, con más de 20 años en el país, confesó: "Si me duele
algo, me aguanto. Si voy [al médico], me deportan". Esta autocensura no solo
deteriora la salud individual, sino que podría tener implicaciones de salud
pública, por ejemplo, si personas con enfermedades contagiosas evitan ser
diagnosticadas o tratadas. El miedo a la separación familiar también pesa en
las decisiones.
Muchas mujeres haitianas en RD
tienen hijos dominicanos (nacidos antes de la reforma constitucional de 2010, o
aunque no obtengan ciudadanía, sí nacidos en suelo dominicano) y parejas en el
país. Al difundirse historias de madres deportadas sin sus hijos o de padres
detenidos cuando acuden con sus familiares al hospital, cunde el terror de
romper los lazos familiares. Tras la muerte de Lourdia, se supo que su esposo y
su recién nacido fueron deportados juntos, pero se han denunciado otros casos
donde la madre fue expulsada y el bebé, por haber nacido en RD, quedó bajo
custodia de servicios sociales o familiares lejanos. Ese desenlace es pavoroso
para las migrantes: significa perder no solo la salud, sino también a sus
hijos. En bateyes y barrios con alta población haitiana, se comenta en voz baja
la consigna de "no vayas al hospital si no tienes papeles", generando una
autoexclusión sanitaria. Líderes comunitarios haitianos intentan organizar
redes de apoyo para emergencias obstétricas que evitan llamar a ambulancias
dominicanas, optando por trasladar a pacientes a clínicas de compatriotas o
iglesias. Sin embargo, estas iniciativas informales difícilmente reemplazan un
sistema de salud formal.
El impacto psicológico en las
mujeres migrantes es significativo. Testimonios de trabajadoras sociales
indican altos niveles de estrés, depresión y miedo entre las embarazadas
haitianas. Muchas reportan insomnio, temor constante a ser delatadas si acuden
al médico, y sentimientos de discriminación y desamparo. Algunas han
considerado regresar temporalmente a Haití para dar a luz, pese a la crisis,
valorando que tal vez sea menos peligroso que parir en RD bajo estas
condiciones. Otras se resignan a un aislamiento forzado. Estas situaciones
también afectan a la comunidad dominicana circundante: médicos y enfermeras
locales han reportado tristeza y dilemas éticos al ver pacientes que "huyen del
hospital" o que llegan "demasiado tarde, casi muriendo, por el miedo".
Hay personal de salud que, en
solidaridad, ha colaborado extraoficialmente para esconder a pacientes
haitianas en salas o brindar cuidados post-alta en casas de refugio,
arriesgándose a sanciones. Las experiencias de los migrantes revelan que la
política actual ha creado un clima de terror sanitario. Donde antes existía
cierta confianza en el sistema de salud dominicano (que, con carencias, atendía
a todos), ahora prevalece la desconfianza y el alejamiento. Esto no solo es un
drama humano para quienes sufren enfermedades evitables en silencio, sino un
retroceso en años de integración comunitaria. La salud, que debería ser un
puente de humanidad, se ha convertido en una herramienta de exclusión, con
profundas secuelas emocionales, familiares y sociales para la población
haitiana migrante.
Lo más inquietante es que estas
medidas cuentan con fuerte respaldo en sectores de la población dominicana. Las
autoridades justifican el protocolo apelando a la "saturación" del
sistema y a la necesidad de que "los dominicanos tengan prioridad".
Esta narrativa, que mezcla soberanía con escasez, ha calado hondo en la opinión
pública. Las cifras oficiales citadas por el gobierno señalan que más del 30%
de los partos en hospitales públicos fueron de mujeres haitianas en los últimos
años. Ese dato -extraído sin contexto, sin considerar aportes económicos,
condiciones laborales o vínculos familiares- se utiliza para legitimar el
rechazo y la exclusión. La lógica estatal no es solo legal: es también
simbólica. Construye a la mujer haitiana como amenaza biológica, cuerpo
excedente, intrusa reproductiva.
En este contexto, la necropolítica
no es solo una herramienta de control, sino una pedagogía del miedo. Las
migrantes aprenden rápido que su útero está vigilado, que su parto puede ser
castigo, que su cuerpo no es bienvenido ni siquiera en el umbral del hospital.
Cuando ese miedo las lleva a evitar la atención médica, el Estado se lava las
manos. Pero sus manos están manchadas de sangre. Parir en República Dominicana
siendo haitiana es quedar atrapada entre dos violencias: la frontera externa
que niega la entrada y la interna que deja morir por dentro. Ambas se aplican
en nombre de la ley, el orden y una república que, para muchas mujeres negras y
extranjeras, ha dejado de ser humana.
Comparación regional de acceso a
salud pública para migrantes (2025)
País |
Políticas/Requisitos para
migrantes |
Acceso real y restricciones |
República Dominicana |
Desde abril de 2025 se exige ID,
estatus migratorio regular y comprobante de domicilio. Sin estos, solo
emergencia y deportación. |
Alto riesgo de deportación.
Presencia de migración en hospitales. Disminución de partos haitianos
>30%. |
Estados Unidos |
No se exige estatus migratorio
para emergencias. Ley EMTALA garantiza atención. No hay sistema universal. |
Acceso a urgencias garantizado.
Atención continua limitada por costos. No hay miedo a la deportación en
hospitales. |
México |
Acceso garantizado a urgencias.
CURP o afiliación requerida para atención plena. No hay operativos
migratorios. |
Acceso desigual. ONG y clínicas
comunitarias cubren vacíos. No hay denuncias desde hospitales. |
Colombia |
Emergencias atendidas por ley. El
Estatuto de Protección permite acceso al sistema público a venezolanos
regularizados. |
Acceso amplio para regularizados.
No hay deportaciones en hospitales. Sistema tenso por alta demanda. |
Chile |
RUN provisorio permite acceso a
Fonasa A para embarazadas y niñxs. No se exige regularización para atenciones
básicas. |
Acceso garantizado en teoría para
grupos vulnerables. Barreras burocráticas y de idioma persisten. |
Argentina |
Históricamente el acceso es libre
y gratuito. Desde mayo de 2025 se anuncian aranceles para extranjeros no
residentes. |
Las emergencias siguen siendo
gratuitas. Reforma pendiente de implementación. Se teme un retroceso en la
inclusión. |
Esta comparación permite apreciar
que República Dominicana se ha alineado con las políticas más restrictivas de
la región en cuanto a vincular la atención en salud con el estatus migratorio.
Mientras países como EE.UU., México, Colombia y Chile mantienen al menos la
separación entre la prestación de salud y la coerción migratoria (priorizando
la atención de urgencias sin temor inmediato a deportación), la República
Dominicana ha roto ese paradigma al combinar la asistencia médica con
operativos de detención y expulsión. Incluso naciones que están revisando sus
políticas (como Argentina con su reciente anuncio de cobrar a extranjeros) no
han llegado al punto de detener migrantes en pleno hospital. Cabe resaltar que
cada país enfrenta realidades distintas: en Estados Unidos y México predominan
las barreras económicas y administrativas más que policiales; en Colombia se
hizo un esfuerzo humanitario significativo para incluir a migrantes; Chile y
Argentina históricamente apostaron por la universalidad (aunque con tensiones
políticas recientes en Argentina). República Dominicana, por su parte,
justifica sus medidas por la magnitud relativa de la migración haitiana y su
argumento de soberanía; sin embargo, a ojos de la comunidad internacional sus
acciones resultan desproporcionadas y contrarias a obligaciones esenciales
(como veremos en el análisis crítico siguiente).
Análisis crítico:
salud pública entre biopolítica y necropolítica
Desde una perspectiva teórica
crítica, la situación en República Dominicana puede entenderse a través de los
conceptos de biopolítica y necropolítica, que analizan cómo el poder decide
sobre la vida y la muerte de poblaciones. El filósofo Michel Foucault definió
la biopolítica como el conjunto de estrategias mediante las cuales el Estado
administra la vida de las poblaciones (salud, natalidad, control demográfico),
distinguiendo qué vidas deben ser fomentadas y cuáles pueden ser dejadas de
lado. Achille Mbembe, a su vez, desarrolló la idea de necropolítica para
describir cuando el poder soberano decide explícitamente quién puede vivir y
quién debe morir, o más precisamente, quién es expuesto a una muerte temprana o
a condiciones de muerte en vida, como forma de control y subyugación .
Aplicando estas nociones, las
políticas migratorias dominicanas recientes -y en especial el protocolo
hospitalario de 2025- representan una forma extrema de biopolítica negativa o
necropolítica hacia la población haitiana. Al exigir documentos imposibles de
obtener para la mayoría de migrantes indocumentados y condicionar la atención
médica a la amenaza de deportación, el Estado dominicano envía un mensaje claro
sobre qué vidas importan y cuáles se consideran sacrificables en pos del orden
político. En la práctica, se está diciendo que la vida de una mujer haitiana
embarazada en situación irregular vale menos que la protección de las fronteras
y los recursos estatales. Al dejarla en la disyuntiva de atenderse y arriesgar
su libertad/familia, o preservar su integridad migratoria a costa de la salud,
el Estado está ejerciendo un poder soberano sobre su cuerpo y su supervivencia.
La muerte de Lourdia Jean Pierre ilustra cómo está necropolítica se
materializa: ante el miedo inculcado, ella eligió protegerse de la ley
migratoria antes que proteger su vida - una decisión trágicamente racional en
ese contexto de terror institucional, pero que le costó la existencia. Su
fallecimiento es, simbólicamente, el resultado de una política que "decidió que podía morir".
Un colectivo de intelectuales
describió esta situación como "violencia
estructural e institucional" y la calificó de feminicidio de Estado,
resaltando que son principalmente mujeres (parturientas) quienes sufren las
consecuencias letales. La combinación de misoginia, racismo y xenofobia
señalada en el manifiesto internacional tras la muerte de Lourdia corresponde a
una lógica necropolítica: se construye al otro (mujer, negra, haitiana, pobre)
como una amenaza o una carga, y se normaliza que su muerte "no trascienda a la opinión pública". Es decir, se vuelve
invisible o justificable. Como observan
analistas internacionales, en República Dominicana se ha desarrollado
una doctrina anti-haitiana donde incluso dominicanos de ascendencia haitiana
son vistos como "peligro para la
soberanía", consolidando elementos de negación de derechos básicos .
En este marco ideológico, las
políticas de salud no escapan: más bien, se pliegan a esa visión de exclusión
racializada. La necropolítica migratoria dominicana se expresa, según el
periodista Alberto Pierre, en "un
conjunto de formas de violencia y discriminación que buscan excluir y marginar
a las comunidades haitianas, negarles sus derechos y recursos básicos, y en
algunos casos llevarlas a la muerte a través de la negligencia" . Negar o
obstaculizar el acceso a la salud es una forma de "dejar morir" (letting die) que encaja con este concepto. No se
está asesinando directamente, pero se configura un entorno donde la muerte de
migrantes por desatención se vuelve altamente probable. Más aún, la respuesta
estatal posterior lejos de asumir responsabilidad- suele ser la indiferencia o
incluso la justificación (recordemos que el canciller dominicano llegó a
insinuar que no había pruebas de muertes por deportaciones, pese a los casos
denunciados ). Esa actitud de "ver, oír y
callar" ante el sufrimiento de los haitianos, permitiendo que sigan siendo
víctimas, es parte intrínseca de la necropolítica. La salud, en vez de ser
garantizada, se convierte en otra frontera: se le niega al migrante el derecho
a sobrevivir y a cuidar su cuerpo, empujándolo a un estado de vulnerabilidad
extrema.
Esta situación también puede
analizarse como una manifestación del bio-poder selectivo: el Estado dominicano
protege y optimiza la salud de ciertos cuerpos (los ciudadanos "legítimos") mientras expone a otros
cuerpos (los "ilegítimos") al
deterioro y la muerte. Es un ejercicio de soberanía que define quién pertenece
al cuerpo político y quién puede ser descartado. Ello tiene paralelos
históricos con políticas de salud discriminatorias -por ejemplo, regímenes que
negaban atención a grupos étnicos marginados-, con la diferencia de que aquí
opera bajo la capa de la legalidad migratoria en un contexto democrático. Desde el punto de vista de la salud pública,
esta estrategia necropolítica es contraproducente y peligrosa.
El miedo a la deportación ha llevado
a bajas drásticas en la atención preventiva de una parte de la población (lo
cual puede elevar indicadores nacionales de enfermedades no controladas, partos
sin asistencia, mortalidad materno-infantil, etc.). Así, paradójicamente, el
intento de "ahorrar recursos"
evitando atención a extranjeras puede terminar comprometiendo la salud
colectiva: por ejemplo, una mujer que no recibe control prenatal puede sufrir
una emergencia obstétrica más costosa o un bebé con complicaciones que
requerirá más cuidados intensivos; o un paciente con tuberculosis que no se
trata por miedo puede contagiar a otros.
La biopolítica estatal, obsesionada
con la frontera, descuida estas interdependencias sanitarias. Otro ángulo
crítico es considerar estas políticas como una forma de violencia de género
institucional. La mayoría de las personas directamente afectadas (detenidas en
hospitales) son mujeres embarazadas o puérperas. Tratar a una mujer en pleno
trabajo de parto como una delincuente (deteniéndola esposada, como algunos
testimonios relatan) o deportarla recién parida sin haber sanado es una
violación a su dignidad y a estándares básicos de derechos humanos (como la
prohibición de tratos crueles o inhumanos).
La OMS y organismos como UNICEF han
establecido que la atención perinatal respetuosa es un derecho, y que ninguna
mujer debe ser sometida a estrés indebido en el parto. En RD, esas directrices
quedan subordinadas a la lógica punitiva: se prioriza la "seguridad" sobre el bienestar de la madre y el recién nacido, lo
cual puede calificarse de necro-violencia de género, al desproteger
intencionalmente a este grupo. De hecho, tras la redada en la Maternidad de Los
Mina el 21 de abril, observadores de ONU Mujeres señalaron que el estado
dominicano podría estar incurriendo en violencia institucional contra la mujer,
tipificada incluso en leyes nacionales, por obstaculizar el acceso a servicios
de salud materna.
Las políticas actuales configuran
una biopolítica excluyente donde la frontera migratoria penetra el campo
sanitario, y una necropolítica donde las vidas de migrantes haitianas se ponen
en riesgo deliberado. Esto no solo contradice obligaciones legales, sino que
revela una jerarquización de vidas inaceptable éticamente: unas merecedoras de
cuidado y otras consideradas desechables.
El caso de Lourdia Jean Pierre ha
expuesto dolorosamente las tensiones entre el control migratorio dominicano y
el derecho universal a la salud. Su historia -y las de muchas otras mujeres
haitianas- nos obliga a reflexionar críticamente sobre las políticas vigentes.
La República Dominicana enfrenta el desafío de replantear su aproximación,
recordando que los sistemas de salud existen para salvar vidas, no para vigilar
estatus migratorios. En última instancia, la fortaleza de una nación se mide
también por cómo trata a los más vulnerables dentro de su territorio.
Reorientar las políticas hacia la protección de la dignidad y la vida de todas
las personas -sin importar su nacionalidad- no solo honraría los compromisos de
derechos humanos, sino que afirmaría los valores de compasión y justicia que
deben guiar cualquier sociedad verdaderamente humana.
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